Además de ser el centro de la vida religiosa y política del Reino de Aragón, la catedral zaragozana era el lugar donde se celebraba la coronación de los reyes.
La Seo del Salvador, además de ser la catedral más bonita de España, fue durante siglos el centro de la vida religiosa y política del Reino de Aragón, estando íntimamente ligado a la vida de la familia real. Además de que era habitual que el arzobispo de Zaragoza tuviera sangre real, la catedral zaragozana era el lugar en el que se celebra la coronación de los Reyes de Aragón.
Una coronación perfectamente documentada, y que se celebraba en este templo desde el siglo XIII, tras el privilegio que otorgó el Papa Inocencio III al monarca aragonés Pedro II en 1205, tras un viaje a Roma un año antes para renovar su vasallaje al Papa, siguiendo los pasos que ya dio su antecesor el rey Sancho Ramírez. Durante esta ceremonia ante el Papado, a Pedro II se le impuso la corona real, además del cetro, la mita, el orbe (reservados para las coronaciones de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico), o el mantum (la capa púrpura que era propia de los emperadores bizantinos.
Desde ese momento, los soberanos de la Corona de Aragón, junto a sus consortes, tuvieron el privilegio de ser coronados en la sede catedralicia zaragozana. Aunque a diferencia de Pedro II, sus sucesores intentaron desligarse del poder papal, para dejar claro que eran coronados reyes de Aragón por derecho propio, y no por el poder de las autoridades eclesiásticas.
Con Alfonso III se estructuró en 1286 claramente el rito de la coronación en cuatro partes, con la unción del rey con óleo crismal, coronación y colocación de las insignias reales, la recepción de la caballería, y el juramento mutuo de reyes y súbditos como paso previo a la entronización.
Para mostrar la separación entre poder real y eclesiástico, y dejar claro de dónde venía su poder, el rey Alfonso IV, en el siglo XIV, solemnizo la celebración y comenzó la tradición de colocarse la corona a sí mismo, tras ser recibida de manos del arzobispo. Su coronación en 1328, fue una auténtica fiesta en la capital del reino, con la procesión entre la Aljafería y La Seo.
Pero sería, Pedro IV El Ceremonioso, quien estableció el protocolo que marcaría la coronación a partir de ese momento en la catedral de la capital aragonesa, ciudad que se consideraba cabeza del reino y de la Corona. Este monarca estableció un nuevo libro de ceremonial, uno de los más ricos en la Europa del momento, y fue fuente de inspiración para otras monarquías.
Pedro IV estableció que «como quiera que los reyes de Aragón están obligados a recibir la unción en la ciudad de Zaragoza, que es la cabeza del Reino de Aragón, el cual reino es nuestra principal designación y título, consideramos conveniente y razonable que, del mismo modo, en ella reciban los reyes de Aragón el honor de la coronación y las demás insignias reales, igual que vimos a los emperadores recibir la corona en la ciudad de Roma, cabeza de su imperio».
Como no podía ser de otra manera, la coronación era un momento de fiesta en las calles de la capital del reino. La coronación se celebra un domingo, y durante la semana previa, se desarrollaban una serie de rituales para preparar al soberano de cara a la importante cita. Entre estos ritos, destaca el ayuno al que debía someterse el futuro rey el miércoles, el viernes y el sábado. El día anterior a la ceremonia el todavía príncipe debía escuchar misa, bañarse, y vestir una túnica dalmática blanca, además de una esclavina bordada en oro.
Al atardecer del día anterior a la coronación, se celebraba uno de los momentos más esperados por los aragoneses de la época: el desfile real salía desde el Palacio de la Aljafería, y tras recorrer la calle Predicadores con las fachadas engalanadas con luminarias, y entre los vítores de los habitantes de la capital al grito de ‘Aragón Aragón’, llegaba a La Seo.
En la cabalgata real participaban los estamentos de los distintos reinos y territorios de la Corona, ordenados según su dignidad. También desfilaba un ricohombre aragonés que custodiaba la espada del rey, seguido por carretas con cirios gigantescos que iluminaban las calles que recorría la comitiva. A continuación, aparecía el monarca, luciendo sus mejores galas, cerrando el desfile los nobles y los que iban a ser armados caballeros.
Una vez en la catedral, y ante representantes de casas reales europeas, el futuro soberano de la Corona de Aragón debía pasar la noche velando sus armas. Y por fin, el domingo por la mañana, comenzaba la ceremonia de la coronación. Primero, el arzobispo de Zaragoza nombraba caballero al monarca, entregándole la espada. Tras este hecho, comenzaba la solemne misa, tras la que el rey leía la declaración ‘Atorgamos e prometemos’. A continuación, dos de los obispos más antiguos presentaban al casi monarca ante el arzobispo de la capital, solicitándole formalmente que lo coronara rey. Entonces, el monarca se arrodillaba, siendo rodeado por todos los obispos.
En ese momento, se llevaba a cabo la consagración, la unción y la entrega del cetro, el anillo y la esfera al monarca. Una vez realizado este proceso, el arzobispo acompañaba al rey desde el altar mayor hasta el trono. Las reinas también serían ungidas, aunque unos días después de serlo los reyes, tal y como reguló Pedro IV.
Una vez coronado el nuevo monarca, se cantaba el Evangelio, y proseguía la celebración de la misa. Al finalizar la ceremonia, el monarca regresaba de nuevo al palacio de la Aljafería ya coronado, en un caballo blanco, bajo palio, y portando las insignias reales en sus manos. En su camino, va acompañado por los que han sido armados caballeros, y por los representantes de los demás territorios de la Corona.
Una vez en la Aljafería, el monarca presidía un gran banquete con el que arrancaba la parte festiva de la Coronación. Durante el banquete, el monarca se sentaba sobre un estrado para ser visto por todos, con un paño de oro y terciopelo rojo situado a sus espaldas que muestra los colores del Señal Real. En el caso de Pedro IV, las crónicas cuentan que el banquete duró tres días, con más de 2.000 personas invitadas a la mesa real.
En las calles también se celebraba la coronación, con actos como tablados de danzas, o corridas de toros en el palacio real. En 1286, durante la coronación de Alfonso III, incluso se organizó una batalla de naranjas en el Ebro. Lamentablemente, la coronación de los reyes de Aragón decayó con la llegada de la dinastía Trastámara, siendo Fernando I el último monarca aragonés que la celebró con esa solemnidad y grandiosidad en 1414.
Fuente : Hoy Aragón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario