«Enorme escritor Gustavo Adolfo Bécquer y merecido homenaje a su obra por el lector de hoy en una noche que conserva el mayor de los respetos hacia los difuntos».
Hay tradiciones que se pierden, o se agotan, o desaparecen en la niebla del tiempo, y hay tradiciones que perviven al paso de épocas, generaciones y a las turbulencias propias del vaivén de modas y costumbres. Una tradición literaria para estos días es, sin duda, la representación del Don Juan Tenorio (1844), de José Zorrilla (1817-1893), aunque conviene leer la historia de esta obra en lo que relató el autor en sus magníficas memorias, Recuerdos del tiempo viejo (1880). Como en literatura, todo es literatura sobre literatura, las referencias serán múltiples y valgan tres nombres que precedieron al romántico vallisoletano, Tirso de Molina, Antonio de Zamora y Andrés de Claramonte, entre otros.
Hay tradiciones ocultas, tradiciones que merecen recrearse con el emblema de una fecha. Todos los Santos, por ejemplo. Junto al nombre de Zorrilla destaca uno de los poetas más grandes de la historia de la literatura en español, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) y una de sus obras maestras, Leyendas, publicadas entre 1858 y 1864 (excelente edición en Cátedra, a cargo de Pascual Izquierdo, 2022). Un conjunto de historias fascinantes que reúnen el gótico español digno de figurar al lado de las firmas más relevantes europeas.
Y como vienen Todos los Santos y con la festividad el comienzo de la noche larga, las nieves en los altos y la invocación de las almas en pena, El Monte de las Ánimas, relato incluido en las citadas Leyendas, es la invitación a un viaje en el que todos los elementos del gótico romántico destacan con una originalidad bien complicada de alcanzar, al evitar el lugar común y enlazar el género con un cierto localismo tenebroso. Qué más se puede pedir en una noche llena de sombras fantasmales que acechan tras los cristales brumosos y el viento que advierte de extraños sonidos más allá de la penumbra surgida o provocada por la lectura de tan aterradora leyenda.
Transcurre en los campos de Soria, en una noche como ésta. Bécquer comienza su narración, suponemos que en Madrid: «La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice (…) Sea de ella lo que quiera, allá va, como el caballo de copas».
Todo arranque de una historia requiere ese golpe al lector para que se entregue, sin defensas, a lo que vendrá. Hay dos elementos esenciales en este comienzo, dos elementos que forman y conforman la más atractiva literatura, son «imaginación» y entretenimiento, «por pasar el rato». Ya recordaba Baroja que aquí la cuestión; es decir, la vida, es pasar el rato y qué mejor forma de pasar el rato para honrar a la noche de difuntos que adentrarse en los misterios de una leyenda.
«¿Cómo leemos hoy ‘El Monte de las Ánimas’? Con la melancolía de un tiempo viejo, para decirlo en palabras de Zorrilla»
Además, culmina esa introducción, con la advertencia de que esto es como un juego de naipes, todo depende de la suerte del lector. Primero porque se nos dice que es una historia oída, algo que traspasa los tiempos, que va de boca en boca y que en cada nueva versión se contempla la perspectiva del lector de cada momento ¿Cómo leemos hoy El Monte de las Ánimas? Con la melancolía de un tiempo viejo, para decirlo en palabras de Zorrilla.
Un tiempo en el que el tañido de las campanas marcaba las horas en la anochecida, un tiempo en el que cuando los Santos nevaba en los Altos y los cristales crujían, que, según la leyenda, «cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales». Una leyenda medieval, la lucha entre Templarios («clérigos con espuelas») y la nobleza castellana, una fugaz historia de amor, o de celos, la de Alonso y Beatriz, un desafío y un aterrador final.
Las ánimas del Monte acechan, Alonso acepta el desafío de Beatriz, aun cuando penetrar en el Monte al filo de la medianoche es algo prohibido, el resplandor de la hoguera acoge la conversación entre los dos jóvenes de regreso a casa tras una jornada de caza. Todos se recogen antes de que caiga la noche, salir cuanto antes del Monte de las Ánimas, nadie se atreverá a traspasar los límites invisibles de la leyenda. A la luz de la chimenea, ambos se quedan en silencio tras el relato de Alonso a Beatriz de las desgracias aterradoras que en la batalla y tras la batalla sucedieron: «Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas y el triste y monótono doblar de las campanas».
Mientras leemos, son tres los escenarios que se presentan. Uno, es el relato medieval que Alonso cuenta a Beatriz, otro el que ha escuchado en Soria, siglos después el narrador, Bécquer, y un tercero que engloba a los otros dos que es el del lector contemporáneo. En este trasiego de tiempos y de espacios se encuentra el misterio de la literatura. Viajar a otro tiempo como si todo estuviera sucediendo ahora mismo. Pulverizar el presente, hasta fundirlo y confundirlo con un tiempo remoto que permite la más alucinada ensoñación de un terror sin fecha que se proyecta en un territorio de siglos. Enorme escritor Gustavo Adolfo Bécquer y merecido homenaje a su obra por parte del lector de hoy en una noche que conserva el mayor de los respetos hacia los difuntos. Amén.
Fuente : The Objective.
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