sábado, 7 de diciembre de 2024

LOS SABADOS POESIA : LA PAZ DEL SENDERO . Autor : Ramón Perez de Ayala.

 



Ramón Pérez de Ayala Fernández del Portal nació en Oviedo el 9 de agosto de 1880. Era hijo de don Cirilo, oriundo de Tierra de Campos (Reino de León), y de doña Luisa, de Asturias, concejo de Valdés-Luarca, su madre murió cuando él era pequeño. Fue bautizado en la iglesia de San Isidoro. A los nueve años ingresó en el colegio de jesuitas de San Zoil, en Carrión de los Céspedes, Palencia. Dos años más tarde pasó al colegio de la Inmaculada Concepción, en Gijón.

Estudió Derecho en la Universidad de Oviedo bajo la protección de Leopoldo Alas, "Clarín". Allí entró en contacto con los pensadores del Krausismo, entre ellos Rafael Altamira, Posada. Le atraía tanto el Regeneracionismo de sus mentores como el Decadentismo estético de la Europa de preguerra.

En 1903 formó parte de la revista «Helios» de tendencia modernista. En 1904 publicó su primer libro «La paz del sendero» elogiado por Rubén Darío. A partir de entonces, su principal actividad sería la literatura.
Pedro González Blanco lo puso en contacto con los modernistas de Madrid: Jacinto Benavente, Francisco Villaespesa, Gregorio Martínez Sierra, Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y José Martínez Ruiz, "Azorín". A partir de 1904 empezó a colaborar en El Imparcial y ABC. En 1907 se fue a vivir a Londres. Al año siguiente su padre se suicidó tras arruinarse.

Volvió a Madrid donde colaboró con diversos medios: «El Heraldo», «El Imparcial», «Alma española», «El Liberal».
En 1913 contrajo matrimonio con Mabel Rick y se estableció en Madrid. Consiguió un empleo en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.

Vivió diez meses en Estados Unidos en 1919.
Se le concedió el el Premio Nacional de Literatura en 1927 y en 1928 fue nombrado académico de la Lengua.
En 1931, con José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, firma el manifiesto «Al servicio de la República», manifiesto antimonárquico que tuvo extraordinaria influencia sobre la opinión pública y valió a los tres el apelativo "Padres espirituales de la República". Al proclamarse la republica se le encargó la Dirección del Museo del Prado.
En 1932 fue nombrado Embajador en Londres, cargo del que dimitió en 1936 descontento del rumbo político que imponía el Frente Popular. Volvió a España donde cambió de bando y se posicionó a favor de los sublevados en contra de la República democrática, tras la guerra continuó de funcionario de la embajada española. La amputación de la pierna del menor de sus hijos, primero, y la muerte, después, del mayor, fueron los golpes de gracia que hicieron del suyo un verdadero «dolorido sentir» y lo que le decidió a volver a Madrid, en diciembre del 54. Había pasado fuera de España veinte años. Sus libros en la España nacional no tenían libre circulación y los americanos estaban prohibidos. Regresó definitivamente a España en 1954. Murió en Madrid el 5 de agosto de 1962.



LA  PAZ  DEL  SENDERO.


Con sayal de amarguras, de la vida romero,

topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.

Fenecía del día el resplandor postrero.

En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.


No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.

Parecía que Dios en el campo moraba,

y los sones del pájaro que en lo verde cantaba

morían con la esquila que a lo lejos temblaba.


La flor de madreselva, nacida entre bardales,

vertía en el crepúsculo olores celestiales;

víanse blancos brotes de silvestres rosales

y en el cielo las copas de los álamos reales.


Y como de la esquila se iba mezclando el son

al canto del jilguero, mi pobre corazón

sintió como una lluvia buena, de la emoción.

Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón.


Este garzón venía conduciendo el ganado,

y este ganado era por seis vacas formado,

lucidas todas ellas, de pelo colorado,

y la repleta ubre de pezón sonrosado.


Dijo el garzón: -¡Dios guarde al señor forastero!

-Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero,

rapaz. -Que Dios le guarde. -Perdiose en el sendero...

En la cima del álamo sollozaba el jilguero.


Sentí en la misma entraña algo que fenecía,

y queda y dulcemente otro algo que nacia.

En la paz del sendero se anegó el alma mía,

y de emoción no osó llorar. Atardecía.


Autor :  Ramón Perez de Ayala.

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