sábado, 5 de octubre de 2024

LOS SABADOS POESIA : Réquiem para los poetas muertos. Autor : Guillermo Quiñomez Alvear.



Guillermo Quiñonez Alvear (1899 - 1982). Poeta chileno. El poeta Quiñonez (así firmaba, aunque su apellido legal era con "s") nació (25 de junio de 1899) y vivió ligado a Valparaíso, ciudad con la cual se encontraba entrañablemente vinculada su vida: "El poeta Quiñones se había enredado indisolublemente con Valparaíso. No se concebía el uno sin el otro... recogía y expresaba la voz de la ciudad como el viento de Valparaíso, y sus versos venían como éste, de muy lejos, de ciudades legendarias, de permanentes otoños" (Carlos León). Nunca publicó un libro con sus versos, sin embargo, algunos de sus poemas se encuentran disperdigados en diarios y revistas literarias de Chile, latinoamérica y algunos países europeos (Francia y Bélgica), así como en algunas antologías. En 1995, la Universidad de Valparaíso publicó un breviario "La Balada de la Galleta Marinera", nombre de su más conocido poema. En 1998, la Sociedad de Escritores de Valparaíso, publicó la primera y hasta el momento única antología del poeta, con el título "Cuando los Veleros Anclaban en Valparaíso" (nombre de otro de sus poemas). En la presentación que hace Claudio Solar del breviario señala: " ...sacaba de su garganta la misma fuerza telúrica de su admirado De Rokha y de su recordado Whitman. Por eso, rescatar a Guillermo Quiñones y su poesía es sacarle el velo a otra estampa de Valparaíso y entregarla luciente como un plato de plata recién labrado".


REQUIEM PARA LOS POETAS MUERTOS.


 ¡Oh funeral! ¡Sin responso! Sin toque de bronce de campana

trizada.

Sin embargo naufragastéis como los viejos marineros o los imberbes

grumetes,

a millas de los Puertos, en alta mar y tempestad

¡solitarios!

Tomados a los más lejanos horizontes

y los dedos quemados de tabaco.

Los Otoños amarillos como antiguos anillos de nupcias

de Norte a Sur, de Este a Oeste,

son vuestros.

Os pertenecen

los Otoños en que mueren los perros vagabundos

y aullan los mastines lanudos y negros.

Los Otoños en que nacen los lazarillo de ciegos

y en las aldeas con una calle, los blancos circos

con un payaso y sin amazona.

La noche que cantastéis no fue cómplice.

La noche tan amada y sus distantes estrellas, no participó.

Adentro de la niebla se sucedió todo.

Adentro de la niebla que es la esquila del viento

en los fecundos ijares del tiempo.

Adentro de la niebla quedaron vuestras manos frías.

También vuestras venas tan azules

con vuestras azules prosapias.

Y los ojos, bebiéndose todo el vuelo de un mosco negro

que nadie sabe de dónde ni por qué vino ahora.

Yo ignoro por qué añejanse los vinos en las verdes botellas

y púdrense las maderas.

Adentro de la niebla encendieron un cirio, despertaron las moscas,

vedaron vuestros párpados, siempre mujeres pálidas,

que nunca os amaron. Lentamente, como ventana que

cierra una niña sobre un largo camino y se queda soñando

detrás de las flores pintadas en las cortinas.

La noche se quedó afuera mirando el llanto de los tejados

en las frías goteras.

La noche estuvo ausente como una bella muchacha que regresa

en el alba con los cabellos húmedos y su nombre olvidado.

La muerte entró sola por todos vuestros poros.

Como sorda llave amante en tibia cerradura.

La noche estuvo ausente. La muerte entró sola

y se quedó a dormir para siempre adentro de vuestros ojos.

Solos lloraron los tejados,

en puras y lentas goteras.

Todo, todo un amanecer gris

como una agridulce manzana.



Autor:  Guillermo Quiñonez Alvear.

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