“Tomar la fresca” es una costumbre de siempre en nuestro pueblo, Híjar, y en otros muchos. Reunirse los vecinos después de cenar en la calle, con las sillicas bajas, es un hábito que no se debería perder, porque es un forma muy sana y agradable de relacionarse, de intercambiar impresiones, ideas, vivencias, noticias, chistes, risas… O sea, de convivir.
Desgraciadamente, cada vez se van reduciendo más estos roldes. Entre otras cosas, porque las televisiones roban audiencia, y porque los grandes impulsores de la iniciativa, o sea, bisabuelos y abuelos, se van marchando poco a poco, y los de ahora tienen otras prioridades y otra forma de enfocar la vida.
Pero yo creo que los jóvenes podrían comenzar de nuevo a integrarse con sus mayores en esta actividad. Primero, porque es muy grata, y segundo, porque los de más edad, son, somos, como una segunda enciclopedia que conoce, guarda y transmite la verdadera historia de nuestros pueblos. Esa que quizá nadie más les podrá contar (hay cosas que nunca saldrán en los libros). ¡Qué pena dejarlas perder!
Sin ir más lejos, anoche, lunes, nos juntamos once mujeres en el abrevadero de la parte alta. Ninguna cumpliremos ya los veinticinco, bueno, ni los cincuenta o sesenta, pero no nos falta (como en la canción), alma corazón y vida. Había princesas del Castillo, de la Carretera Alcañiz, del barrio de San Isidro, del Plano Bajo, del Plano Alto, de San Blas… ¡Hasta de Gavá vinieron! Cierto es que llevamos vidas diferentes y vivimos algunas en lugares diferentes, pero todas con un denominador común: hijaranas de pura cepa, que aman profundamente a su pueblo y no quieren perder sus raíces.
Hablamos sin censuras de lo divino y de lo humano, de lo fácil y lo difícil, de torres, de familias y sentimientos (que es lo más importante en la vida) y, sobre todo, de la historia reciente de Híjar. Los hermosos y valiosos recuerdos que cada una aporta, nos deleitan y enriquecen a partes iguales. Y de más cosas, claro, porque en un santiamén habíamos arreglado España y el mundo. ¡Que lo dejen todo en nuestras manos, y verán bien pronto el resultado!
Como no todo es charrar, hicimos botellón: turroncico, magdalenas, galletas, café con leche, agua, cocos… Bajo la furtiva mirada de los camioneros, cada noche recenamos con alguna exquisitez, ¡que no es cuestión de desfallecer a esas horas de la madrugada! Podríamos cantar eso de “y nos dieron la una, y las dos…”. ¡Qué pronto se pasa el tiempo cuando se está agusto!
Pero… cada noche nos queda la misma espinica clavada: lo que querríamos arreglar en nuestro pueblo. Como fe y esperanza no nos faltan, sabemos que, tarde o temprano se conseguirá, ya lo verán. Por ejemplo, que el coche de línea haga otra parada en la zona de La Comarca (la mayoría ya no estamos para arrastrar maleticas carretera arriba, carretera abajo). Y que nos limpien este rinconcico del abrevadero; Debajo de los bancos de madera (que también necesitan cambio porque se nos enganchan las medias), hay de todo, y desde hace días… ¡Ah, y que conste que nosotras, escoscadas que somos, recogemos los restos del botellón cuando nos vamos a dormir!
Tenemos más espinicas, pero esas para otro día…
Bueno, lo dicho, que nadie se lo pierda, porque no hay nada mejor que una fresca. Y si son más, mejor. ¡Hasta la noche!
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