domingo, 12 de mayo de 2024

RECUERDOS: LA ENCICLOPEDIA DE ÁLVAREZ 1   . Autora : Teresa Rubira.

 




(A todas mis compañeras de clase y a Sor Asunción; a nuestra memorizada enciclopedia, y a D. Antonio Álvarez Pérez que, casualmente, recaló en Alicante). Hoy, especialmente, en memoria de todas aquellas amigas que ya nos miran desde el cielo. 

Todavía recuerdo (y al igual que yo, seguramente, todas mis compañeras de pupitre), el día nos la dieron en el colegio. Bueno, el día que la compraron los padres, pues los míos estuvieron reuniendo poco a poco las cincuenta pesetas que costaba. 

Era mucho más gruesa (seiscientas y pico páginas), que todos los cuadernos que habíamos tenido hasta entonces, y significaba un buen escalón en nuestro nivel de enseñanza: ¡Tercer Grado! Comenzábamos a ser mayores...

Aunque hoy nos parezca desfasada, esta enciclopedia (encicolopedia para las abuelas),contenía todo cuanto se daba en la época; al menos, todo aquello a lo que tuvimos acceso en la escuela de las monjas.

En la portada, un paisaje muy colorido: el mar, el sol en su mitad (nunca pude saber si estaba saliendo o ya se ponía), un cielo azul, el barco de velas inmaculadas extendidas al viento y una orilla de tierra color ocre, donde el niño y la niña (convenientemente separados), miraban el horizonte. 

En esas edades en las que la fantasía es desbordante y todavía no está gastada, yo imaginaba mil simbolismos. El cielo: ese lugar puro donde van los buenos. El mar (aunque nos quedaba lejos): la inmensidad. El sol: la luz que nos daba vida y secaba la ropa extendida por los sisallos. El barco: la voluntad y el tesón surcando todos los mares del mundo con la pureza de sus velas. La tierra: el lugar donde pisar seguros viviendo con familia. El niño y la niña: una representación de nosotros, alumnos de la escuela de las monjas...    y de la de los maestros, (eso de mezclar llegó después) 

Volvamos a ella. Lo primero que hice cuando la tuve en mis manos, fue protegerla con    forro de plástico a su medida, color azul azafata. Luego, tras marcarla con mi nombre y apellidos, hacer señaladores y pegar en la contratapa    los horarios. ¡Qué resistentes serían los materiales, que aún duran!

“No te rindas a los trabajos; al contrario, procura vencerlos”, era el primer    buen consejo que ofrecía nada más abrirla y que lo firmaba un tal Virgilio. De no ser porque la enciclopedia venía de Valladolid, hubiera pensado que era el nuestro, el de los turrones.

Aquella enciclopedia “intuitiva, sintética y práctica, ajustada al Cuestionario Oficial, y escrita por Antonio, Álvarez Pérez, Maestro de la Escuela Graduada Miguel de Cervantes de Valladolid”, fue, pues, mi libro (nuestro libro), de toda la EGB.

En ella aprendimos Religión y Moral (aunque nos quedó sin resolver si fue primero la gallina o el huevo); Lengua Española (en la que faltaba algún poeta señalado); Matemáticas (debo admitir que no fui la primera en contar sin utilizar los dedos, como hacía Angelines, la hija del tio Mariano el Pinero, tan lista como su padre, al que tanto aprecié y que nos mirará desde algún cielo); Geometría (el triángulo, mi preferido); Geografía (qué satisfacción saber que el río más grande de España era nuestro cercano Ebro, aunque al pueblo siempre le faltara agua de regar); Historia de España (los más importantes los Reyes Católicos, en cuyo reinado se descubrió América y se “cristianizó” a sus pobres infieles, que vivían en la gloria antes de llegar nosotros); Ciencias de la Naturaleza (tampoco tuve claro el casual resultado entre rezos y lluvias); Formación Político Social Niños y Formación Familiar y Social niñas (cuarenta años me costó saber el empeño de esa diferencia ).

Pues, eso, que aquí la tengo delante como un tesoro que miro y remiro con frecuencia, porque os aseguro que la conservo. No voy a decir    que, ahora,    a mis 67 años me crea todo lo que dice, (en la vida vas incorporando y/o variando conceptos, criterios...), pero le concedo el valor de ser el primer libro que me enseñó pluralidad de conocimientos y valores. Por ello, nunca renegaré de mi Enciclopedia Álvarez, ni de mi educación en el colegio de las monjas, ni de mi vida asalvajadica por los bancales de La Leana.

 Además, ese    mismo año, los Reyes Magos que lo saben todo, nos trajeron una cartera nueva para que cupiera también el plumier de madera y la caja de pinturas Alpino.    De esas que se llevan debajo del brazo, sin bandolera. La mía era de cuadros rojos, negros y cremas.    Bueno, es, la tengo aquí al lado, envejeciendo conmigo y recordándome aquellos años preciosos de juegos, de primos, de familia, de amigas necesarias que nunca se dejan de querer, donde las lecciones se aprendían en el banco de madera junto al fuego bajo, y los borradores se hacían en sucio, en el revés de los    sacos de pienso que compraba mi tío Carmelo. Eran de papel, y ponía: “Nitrato de Chile, único nitrato natural. José Antonio Pastor Lasala”. Jamás lo olvidé.

Y, hablando de cuadernos, qué finos aquellos de tapas verde claro, con una niña “bien”, dibujada en la portada. ¡Qué caligrafía más exquisita, qué redacciones, qué problemas tan bien resueltos y pasados a limpio! ¡Pues también los tengo!

Bueno, cierro ya la página    porque Sor Asunción nos dice que va a hacer dictado. Levanto la tapa del pupitre, guardo la enciclopedia y saco el cuaderno,    la pluma con mango de madera y el tintero de tinta azul Pelikan. A mi lado, mis amigas Fina Garay y Presen Forcada, (que siempre han sido las primeras de la clase), ya están preparadas, como las demás. De pronto, entra Sor María Siches y las dos monjas charlan un poco. Nos da tiempo de darle una laminadica rápida al chupa chups que tenemos empezado (y escondido), mientras una música conocida llega desde el patio interior, por donde acaba de cruzar la Ventura hacia los cuartos de lavar. Son las del piano, que tienen clase ahora y ensayan la del baile de Navidad. ¡Me dan una envidia!

 Le pregunto a la Presen, a boniquico, si me podré parar en su casa a cambiar tebeos esta tarde. Dice que sí, que tiene unos nuevos. Estos dos de la colección Azucena “La nueva maestra” y “El río de las chinas de oro”, ya los leí anoche después de aprenderme la lección de los ríos y la de “higiene individual y social”. Por cierto, en el dibujo de la página 573 (quien la tenga que lo compruebe), hay una casa preciosa, con césped, árboles, bien cuidada: “Muy higiénica”, pone. En    el lado izquierdo, una torre como la Leana, con un camino de piedras, una charca, y un montón de estiércol (fiemo, para entendernos):    “Poco higiénica”, pone. ¡ Ay, cuando se lo enseñe a mi padre! 

¡Ah!, y en esta lección añade: “En verano los vestidos deben ser claros porque nos defienden mejor del calor, y en invierno, oscuros. La ropa interior será blanca y nunca debemos llevar prendas apretadas, ya que impiden la normal circulación de la sangre”. ¡Estos no han llevado nunca zapatos y ropa de la que te pasan de los primos, sin tener en cuenta tallas ni colores! De lo otro que dice de las uñas limpias, no vamos a hablar, que ayer estuvimos ayudando a arrancar las patatas. Y de los baños y duchas frías o calientes... se ve que tampoco conocen la zaica ni el brazal de “temperaturas constantes”. ¿Dónde viviría el tal D. Antonio Álvarez Pérez? ¡Seguro que hasta tenían luz eléctrica!

—Las torreritas, que vayan recogiendo, es la hora —dice sor Asunción.

Ay, deprisa, que luego se nos hace de noche por el camino. ¿Dónde habré dejado la cartera nueva? ¡Ufff, está en el suelo! ¡Como se manche...! 

Si tuviera móvil (y saldo), llamaría a mi madre a la torre para decirle que nos quedamos a dormir en el pueblo, en casa de las abuelas... ¡Ah, no!, que mañana hay sabatina y tendremos que coger la mantilla... 

Además, andamos  mal de cobertura por el Pairón...


Teresa Rubira Loren.


NOTA :  El próximo Domingo 19 de Mayo, les ofrecemos la 2ª y última parte.


1 comentario:

  1. Teresa, que memoria tienes, yo no recuerdo ni el día que nací.
    Bueno se que fue ese día y por que me dijeron después .

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