Francisca Aguirre es una escritora española nacida en Alicante en el año 1930. Procede de una familia de artistas; su padre fue el pintor Lorenzo Aguirre, está casada con Félix Grande, un importante poeta español, y con él tiene una hija poetisa, Guadalupe Grande.
Algunas de sus obras más conocidas son "Ítaca", premiada con el Leopoldo Panero de poesía, y "Trescientos escalones", que dedicó a su padre. Además, con "Historia de una anatomía" fue ganadora del Premio Nacional de Poesía, en el año 2011. Actualmente se la considera una voz ineludible de nuestra época, y es invitada a participar en numerosos espectáculos.
Pese a que por su edad podría incluirse en el mismo grupo que otros poetas de su Generación como Claudio Rodríguez, al haber tardado tanto en comenzar a publicar ha sido dejada a un lado.
En lo que respecta a su manera de hacer poesía, dice que se identifica absolutamente con el pensamiento de Antonio Machado con respecto a la creación literaria. El mismo pensaba que el arte de escribir es demasiado extenso y poco significativo, y lo que realmente debe preocuparnos es la propia existencia.
DESMESURA.
A Javier Statié
Dijo que no. Y el Tiempo se quedó sin tiempo.
Luego, la vida hizo una pausa
y todo pareció recomponerse
como esos acertijos infantiles
en los que sólo falta una palabra,
una palabra necesaria y rara.
Pero dijo que no. Cerró los labios
y escuchó el gorgoteo de las sílabas
luchando por vivir a la intemperie.
Dijo que no. Y el tiempo oyó el silencio.
Luego, la vida hizo una pausa.
Y todo fue distinto: el dolor fue
más cauto, más sensato,
la lujuria lloró en su madriguera.
Y el tiempo inauguró sus máscaras:
hubo un pequeño espanto en los rincones,
temblaron los espejos agobiados
defendiendo impotentes el azogue.
Los pájaros callaron esa tarde
y la luna brilló blanca y sin manchas.
Ardió la noche como vieja tea
con la absurda avaricia de la muerte,
con su luto distante y pegajoso,
y un rencor resabiado y carcomido
descargó como lluvia en el desierto.
Entonces, sólo entonces,
oyó a su corazón ladrando
y se volvió despacio a los espejos
y los vio tiritar con mucho frío
y pedir compasión desde su escarcha.
Y no supo qué hacer con tanta desmesura:
cerró los labios y escuchó al silencio.
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