Aquel año la nieve le regaló varios sombreros blancos a la torre La Leana. El primero fue justo el mismo día de Noche Buena. Un manto grueso cubrió también bancales y cabezos, y tuvimos que ponernos las botas de agua y los calcetines de lana para ir a cenar con toda la familia. ¡Qué bien se pasaba subiendo y bajando escaleras, escondiéndonos por debajo de las camas y jugando con las primas y los primos! Luego, carretera y manta (como se suele decir), y a la Misa del Gallo.
La segunda nevada fue la noche de Reyes. ¡Menuda preocupación teníamos porque se habían cubierto todos los caminos y no había forma de reconocer la senda! Mientras rallábamos el panizo para los camellos, nos preguntábamos si sabrían llegar, mejor dicho, si podrían llegar.
A eso de la madrugada, el trote se escuchó tan claro, que no hubo lugar a dudas: ¡lo habían conseguido!
Justo, justo, en ese balcón que aparece en la foto, lo dejaron todo. Aún conservo mi cartera de rayas negras y rojas, con su plumier de madera dentro. ¡Ah!, y una anguilica de mazapán.
¡Me hubiera gustado salir para verlos, pero había que tener los ojos bien cerrados!
Ha pasado mucho tiempo. La torre no está, los abuelos y padres, tampoco, pero los recuerdos son tan hermosos, que cada Navidad tratamos de revivirlos, en su honor y en su memoria. Y, en cuanto a los Reyes Magos, seguro que siguen mirando el buzón, esperando cartas desde La Leana, donde alguna niña les vuelva a pedir juguetes y cosas para el cole. De momento, les he mandado esta bonita foto para que, como yo, nunca la olviden.
Feliz Navidad y gozosos Reyes.
Autora : Teresa Rubira .
¡Qué bonito! Muy entrañable, Teresa. Feliz Navidad
ResponderEliminarTus recuerdos son tan nítidos que, podrías estar hablando de tú infancia, durante un mes seguido.
ResponderEliminarBesos prima.