Parangonar los acontecimientos recientes en Barcelona con la Semana Trágica de 1909 es, además de una profunda irresponsabilidad, una muestra más de cómo nuestra época simplifica el pasado y mira atrás a la búsqueda de similitudes sin acotarlas desde el necesario rigor histórico.
La ignorancia de llamar 'Rosa de fuego' a la capital catalana de hoy en día es un insulto en toda regla a la tradición obrerista catalana, única en toda Europa y silenciada tras la recuperación de la democracia por el pujolismo, y en menor medida, por los ayuntamientos socialistas de la capital catalana, quienes nunca movieron excesivas fichas para recordar el vigor del anarquismo y rememorarlo al menos en el callejero, más proclive a mencionar nombres burgueses, como si el obrerismo hubiese carecido de toda relevancia pese a ser protagonista clave en el devenir de la urbe mediterránea.
Uno de los únicos homenajes a ese período puede apreciarse en Montjuic, donde desde 1990 irrumpe medio escondida una estatua dedicada a Francesc Ferrer i Guàrdia, fundador de la vanguardista Escuela Moderna y ejecutado como chivo expiatorio de los sucesos acaecidos durante la última semana de julio de 1909. Su fusilamiento causó conmoción en toda Europa, produciéndose manifestaciones de rechazo y sonadas declaraciones como las de Anatole France, quien en una carta afirmó que el único crimen del fallecido fue fundar escuelas.
La Cataluña de principios de siglo XX era el indudable motor de la economía española. La pérdida de las colonias coincidió con la eclosión del catalanismo político, configurado desde 1901 como fuerza electoral mediante la Lliga Regionalista, partido conservador hegemónico desde un conservadurismo defensor de los intereses industriales de la clase dominante. El surgimiento de la formación capitaneada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó sirvió para configurar un universo agitadísimo entre el poder ácrata, aún sin sindicar pero con empujes fenomenales como la larga huelga general de 1902, el populismo de Alejandro Lerroux y un progresismo catalán nacido tras escindirse de la Lliga en 1904, cuando una visita de Alfonso XIII sirvió para romper el núcleo inicial desde la, en apariencia, inocente discusión sobre si debía recibirse o no al monarca.
En noviembre de 1905, una viñeta del semanario satírico 'Cu-Cut!' ridiculizó aún más la mermada moral del ejército, y este reaccionó con un ataque indiscriminado contra la sede de la publicación, al lado de la Rambla, donde también prendieron fuego a la redacción de 'La Veu de Catalunya', periódico de la Lliga Regionalista. Estos lances, unidos a la aprobación en Cortes de la Ley de Jurisdicciones, movilizaron a casi todo el Principado, donde las tornas electorales no beneficiaban a conservadores y liberales, excluidos, como los lerrouxistas, de Solidaritat Catalana, extraña unión entre izquierdas y derechas catalanistas como forma de canalizar la indignación hasta obtener 41 de 44 escaños en los comicios legislativos de 1907.
Pese a todo ese ímpetu, Solidaritat estaba destinada al fracaso porque, como siempre, los intereses y credos de sus integrantes eran demasiado distintos, como pudo observarse desde la polémica del presupuesto municipal de Cultura barcelonés, con la Lliga negándose a la posibilidad de una escuela pública de calidad inspirada en el Regeneracionismo de la Institución Libre de Enseñanza y el republicanismo francés.
La llegada de 1909 parecía haber disipados ciertos nubarrones. A principios de julio las acometidas de las cabilas rifeñas a unos trabajadores en pos de construir un ferrocarril para unir Melilla con unas minas desató la gran tormenta. Se decretó una movilización hasta incluir al cupo de reservistas de 1903 a 1907, muchos de ellos padres de familia en claro pie de guerra al saber de la exención de muchos hijos de los más adinerados, libres de la carga bélica tras pagar mil quinientas pesetas, equivalentes al sueldo ganado por un obrero en tres años.
La carne de cañón enviada a Marruecos debía sacrificarse para defender los intereses de los grandes apellidos del país
Por otra parte, las minas causantes de la llamada a los reservistas eran propiedad del Conde de Romanones, el marqués de Comillas y los Güell, y eso soliviantó los ánimos al considerar que la carne de cañón enviada a Marruecos debía sacrificarse para defender los intereses de los grandes apellidos del país, y este hartazgo empezó a visibilizarse a mediados de julio. En el puerto se prohibía el ingreso a las mujeres de los soldados, mientras señoras emperifolladas repartían escapularios, cigarrillos y chocolatinas en un impecable ejercicio de cinismo.
Brotaron las manifestaciones. Primero minoritarias, siempre con alegatos antibelicistas por bandera combinados con cánticos antigubernamentales y hasta a favor de la Independencia de la colonia. El 24 de julio se configuró un comité de huelga, convocada para el lunes 26 y la jornada amaneció con los habituales movimientos en los paros laborales, pero cuando una concentración con muchos niños y féminas frente a la Capitanía General fue disuelta a tiros la protesta se volvió revuelta, y el léxico es importante, pues una revolución no deja de ser una revuelta triunfal, y durante la Semana Trágica no se pretendió ni un solo instante ocupar enclaves estratégicos o lugares fundamentales para acaparar los medios de producción.
Era utópico dar con cabecillas. La ira anticlerical resucitó, como si los nietos de los protagonistas de las bullangas de 1835 imitaran a sus abuelos con la quema de más de ochenta iglesias, muchas de ellas saqueadas con hallazgos más bien macabros, como muertos de manos atadas, suscitándose rumores sobre maltratos y otra oleada de destrucción no exenta de efemérides truculentas, con momias apostadas en las esquinas como si fueran prostitutas, escenas repetida a posteriori durante las primeras semanas de la Guerra Civil. Monjas y curas fueron respetados, centrándose las destrucciones en los edificios mientras en la calle se levantaban centenares de barricadas entre el entusiasmo y la inconsciencia de quien prefiere morir al lado de casa en vez de hacerlo en tierras lejanas.
Mientras Barcelona ardía en Sabadell, Granollers y otras poblaciones se proclamó la República. Cataluña se mantuvo incomunicada del resto de España en un intento de desactivar la expansión de los desórdenes. Los políticos de Solidaritat Catalana se encerraron en sus casas con la firme idea de dejar pasar tiempo hasta la conclusión del arrebato. Solo Pere Coromines, presidente de la Unión Federal Nacionalista Republicana, mostró simpatía con los insurrectos. Lerroux estaba en Argentina y el único representante público capaz de enarbolar cierta dignidad fue el Gobernador Civil Ángel Ossorio y Gallardo, quien dimitió tras rechazar la intervención de las fuerzas armadas para terminar con la rebelión del proletariado.
Durante los altercados de estos últimos días muchos fotógrafos han buscado una instantánea con columnas de humo para replicar la de 1909. Si ahora los focos conflictivos se han centrado en puntos muy determinados, con la mayoría de barrios instalados en su habitual y plácida rutina, entonces toda Barcelona se implicó, extinguiéndose las últimas algaradas en Horta y Sant Andreu.
Durante los altercados de estos días, los fotógrafos han buscado una instantánea con columnas de humo para replicar la de 1909
La llegada de un contingente de 10.000 militares fue la puntilla, si bien los obreros habían aceptado desde el 29 de julio lo inevitable de su fracaso, tanto por lo esporádico de sus planes como por la ausencia de apoyo en el resto del territorio. En la película de 1976 'La ciutat cremada' un joven Joan Manuel Serrat baila poseído con un esqueleto en el patio de la Casa de la Caridad. La escena real fue mucho más simbólica, con el disminuido psíquico Ramón Clemente García en una delirante danza justo delante del Palau Moja, residencia del marqués de Comillas. Era la conclusión del carnaval, un entierro de la sardina para expiar más demonios si cabe. El chico fue uno de los cinco ejecutados tras el retorno de la normalidad.
En cierto sentido la Semana Trágica fue el pistoletazo de salida hacia la Guerra Civil española. El gobierno Maura dimitió, la represión fue durísima y los años posteriores fueron una sensacional resaca, solo aliviada por el buen hacer de José Canalejas como primer ministro hasta 1912, cuando fue asesinado por el anarquista Ramon Pardiñas mientras miraba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol.
La violencia barcelonesa de 2019 ha sido fruto de una serie de exaltados con demasiada confusión mental en la cabeza. Si preguntáramos a un fascista de 1922 sobre su credo no dudaría en declararse progresista y apostar por la revolución. El paso del tiempo muestra como la realidad era otra. En 1909 el contexto era bien distinto y la clase obrera aprendió las lecciones del desastre. Un año después, en el desaparecido pabellón de Bellas Artes, se fundó la Confederación General del Trabajo, organización con más de cuatrocientos cincuenta mil afiliados catalanes en 1919, cuando la población del Principado apenas rebasaba los tres millones de personas.
La violencia barcelonesa de 2019 ha sido fruto de una serie de exaltados con demasiada confusión mental en la cabeza
Los partidos políticos respiraron mientras, casi como una consecuencia, el modernismo se despedía de la predominancia estética para dar paso al Novecentismo, enmarcado en una senda más clásica. Se cerraba una etapa y la nueva despegó con dubitativos balbuceos y la afortunada rúbrica de la Mancomunitat de Cataluña, unión de las cuatro diputaciones para conceder al país el primer autogobierno en 200 años hasta su disolución durante la dictadura de Primo de Rivera.
En Madrid, las elecciones de 1910 depararon una coalición republicano-socialista con Benito Pérez Galdós como líder. Obtuvo 27 escaños, un 10% de los votos y Pablo Iglesias consiguió, al fin, un puesto como parlamentario. Aun así, el turnismo continuó con sus dinámicas, pero el Sistema mostraba signos de agotamiento, tal como predijo Josep Pla, quien en su estupendo Cambó reflexionó sobre la desgracia de la decadencia a partir de la ausencia de grandes líderes una vez murió Canalejas y Maura nunca, pese a ostentar otras veces el cargo de primer ministro, recobró el brillo de antaño.
Cataluña nunca dejó de ser una problemática. La crisis de 1917 no podría entenderse sin los movimientos políticos y obreristas procedentes de esta comunidad. El anarquismo actuó con inteligencia y alcanzó su primera cima con la huelga de la Canadiense de 1919. Cuando algunos analfabetos funcionales comparaban el paro patronal del pasado viernes con la heroicidad de aquellos que alcanzaron con su valentía las ocho horas de trabajo diario para toda la ciudadanía quien escribe no pudo sino indignarse entre risas para no llorar. Los hombres de hierro forjados en tantas batallas tenían en la mente el progreso de todo el género humano desde un natural apego internacionalista, mientras los encapuchados de Barcelona además de tener la cabeza echada a perder por aludes de propaganda han sido tan poco hábiles como para destrozar la hegemonía del independentismo pacífico. Por favor, no comparen más a héroes con cretinos.
Fuente : Jordi Corominas i Julian.
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