Blanca Fernández Ochoa era esa niña que, en la campaña institucional auspiciada por Juan Antonio Samaranch para promover el deporte en España y que tenía por eslogan aquello tan popular de "Contamos Contigo", miraba asustada a la cámara. La sostenía, abrazándola, su hermano Paquito, campeón olímpico en los Juegos de Sapporo, en 1972.
Pese al miedo que traslucía la mirada infantil, Blanca, un nombre muy apropiado para la nieve, estaba predestinada por genética e influencia ambiental a ser una campeona. Aunque nacida en Madrid (1963), su residencia desde muy pequeña en Cercedilla, al pie del puerto de Navacerrada, donde su padre trabajaba de conserje en la escuela de la Federación Española de Esquí (su madre era la cocinera), hace que la asociemos a la sierra madrileña. Un tradicional vivero de esquiadores que, hasta la llegada de los hermanos Fernández Ochoa (Paco, Blanca, Juan Manuel, Luis, Lola), tenía como referente a la familia Arias.
Blanca figura en el santoral de nuestro deporte femenino por su medalla de bronce en el eslalon de los Juegos Olímpicos de Albertville, en 1992. Podría haber sido oro en los de Calgary, en 1988. Ganadora de la primera manga del eslalon gigante, se cayó en la segunda. La medalla de Albertville la consiguió luchando, según confesión propia, luchando contra el fantasma de Calgary. Un mérito suplementario. En una España montañosa pero alejada de las pistas de esquí, ser hermana de Paco constituyó, sobre todo al principio, una pesada carga. Una cadena. Cuando la rompió, llegaron sus éxitos en varias citas de la Copa del Mundo, un éxito sin precedentes en la historia del esquí femenino español. Entre 1985 y 1991, Blanca se impuso en un gigante y tres eslalons (especiales, se decía entonces) de la más prestigiosa competición estacional del esquí mundial. El bronce de Albertville culminó su trayectoria y, por así decirlo, redondeó la trayectoria familiar. Se retiró tras los Juegos y su popularidad la llevó a participar en algunos "realitys" televisivos.
La prematura muerte de Paco, a los 52 años, la afectó profundamente. Se rapó la cabeza en una muestra de dolor que, en estos momentos de angustia e incertidumbre, la asocia a la figura de una tragedia griega.
Autor : Carlos Toro.
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