jueves, 2 de agosto de 2018

MUJERES CON HISTORIA : MARIA TUDOR . Autora : Mari Pau Dominguez .


Es difícil trazar un perfil íntimo de María Tudor sin que al final uno acabe dejándose llevar por la compasión. Mujer compleja y acomplejada, de gran temperamento a la hora de ejercer como reina (la llamaban Bloody Mary por sus crueles y sanguinarios castigos a sus enemigos protestantes) pero sin embargo su intimidad fue tan desastre como tormento.

Hija del rey de Inglaterra Enrique VIII y la infanta de Aragón y Castilla, Catalina de Trastámara; nieta de Isabel la Católica, prima hermana del emperador Carlos V y tía segunda de Felipe II. Ni siquiera el parentesco de María Tudor con la monarquía española consiguió generar en su esposo ni un atisbo de cariño. Felipe II (entonces Príncipe) se casó con ella por razones de Estado pero la forma de ser de su esposa poco contribuyó a despertar ninguna simpatía íntima. Tudor era una mujer malcarada, además de despótica, inestable y de reacciones imprevisibles; calva, lo que la obligaba a llevar permanentemente pelucas que, debido a su absoluta falta de buen gusto, acababan siendo ridículas y de colores que suscitaban la risa más que el respeto; y desdentada, su obsesión por los dulces le había provocado una persistente piorrea (flujo de pus en las encías) que le hizo perder varias piezas dentarias. En general, la belleza física la esquivó al nacer.

Humillada de niña
Es posible que la dureza de su carácter se debiera a las humillantes circunstancias familiares que sufrió cuando su padre, enamorado de Ana Bolena, repudió a su madre y anuló su matrimonio, convirtiéndola a ella en una bastarda cuyos derechos dinásticos pasaron a los hijos de Bolena. Ser testigo de cómo la corte celebró con grandes festejos la muerte de su progenitora, Catalina de Aragón, de quien la habían separado cuando ella sólo tenía 11 años sin que hubiera vuelto a verla, la curtió para lo que habría de venir.

Su fe en el catolicismo constituyó un nexo de unión con su familia Habsburgo, en especial con el emperador Carlos V, de quien recibía consejo. Al cumplir los 37 se convirtió en la primera reina por derecho propio de la historia de Inglaterra y un año después acordó con su primo, el emperador, la boda con Felipe. Para entonces había perdido gran parte de su porte regio y era una mujer triste y envejecida que, sin embargo, demostró fogosidad y ardor con su esposo, del que se enamoró. Cosa distinta era que a él le gustara tal comportamiento, que no era el caso. «Mucho Dios es menester para tragar este cáliz», confesó Felipe a su gran amigo y confidente Ruy Gómez de Silva.

Mayor que él
Hay que añadir la diferencia de edad –Tudor era casi doce años mayor que Felipe II- para comprender lo arraigada que estaba la responsabilidad de Estado en el joven rey español –tenía 27 años- como para aceptar dicho matrimonio con templanza y amabilidad.

Antes de embarcar hacia Inglaterra para casarse reconoció: «Yo no parto para una fiesta nupcial, parto para una cruzada». Posiblemente tuviera que ver el intercambio previo de retratos de los contrayentes. Mientras María Tudor soñaba con el joven rubio trazado por el maravilloso pincel de Tiziano, Felipe, en cambio, al contemplar la imagen de su futura esposa en el cuadro de Antonio Moro, temió lo peor.

Sobre la boda, celebrada el de 25 julio de 1554, un cronista oficial escribió: «Si bien la reina era santa, fea y vieja, el rey por extremo galán y mozo». La primera experiencia sexual dejó a María exhausta ya que no apareció en público, ni apenas salió de su alcoba, durante los cuatro días siguientes.

Cuando por todo Londres empezó a correr el rumor de que la reina había dado a luz dado a luz a un niño sano, fuegos artificiales y júbilo ocuparon las calles, hasta que el duque de Alba comunicó al emperador que era una falsa alarma y que la reina todavía no se había puesto de parto. El problema fue que ni se había puesto de parto ni se iba a poner nunca.

María murió en una lacerante soledad, a los 42 años. Fue amortajada con un hábito de monja, igual que su madre y su abuela. Está enterrada en la abadía de Westminster.

Un falso embarazo
A los pocos meses de consumarse el matrimonio entre María Tudor y Felipe, hijo del emperador Carlos V, se anunció el embarazo de la reina. Era la mejor noticia para los intereses de España, que esperaba de esta descendencia unir la fuerza de Inglaterra a la de los Países Bajos para arrinconar a Francia y afianzar el poder del imperio. María hablaba de cómo sentía a la criatura moverse en sus entrañas y presentaba hinchazón de pechos y vientre, e incluso secreción de leche. Pero transcurridos nueves meses se descubrió que el embarazo era una ascitis, acumulación de líquido en el abdomen.

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