martes, 12 de abril de 2022

La familia hijarana Almudí, toques de tambor desde San Antón. Autora : Beatriz Severino .

 

 

              José Almudí, con el bombo que tantas veces tocó, ante la ermita de San Antón arropado en un día de viento por su familia: sus hijos Inma y José Miguel a ambos lados, y sus nietos Gonzalo, David, Daniel y Jorge y su yerno Alfonso Martínez. / B. Severino
José Almudí, con el bombo que tantas veces tocó, ante la ermita de San Antón arropado en un día de viento por su familia: sus hijos Inma y José Miguel a ambos lados, y sus nietos Gonzalo, David, Daniel y Jorge y su yerno Alfonso Martínez. / B. Severino


 LA FAMILIA DEL TAMBOR. En casa de José Almudí, que guarda su característico bombo como un recuerdo, y Concha Espinos coinciden tres generaciones

José Almudí sonríe al verse rodeado de toda su familia. Se enfunda la túnica y el tercerol contra el viento y se coloca el bombo. Un bombo que hace años que no coge y que al rato de conversación le recuerda todo lo que pesa. Queda poco para Semana Santa y recupera todo esto para poder realizar la fotografía que acompaña a estas líneas. Es la segunda vez porque en marzo de 2020 la pandemia dejó en armarios y altillos túnicas y tambores y en un cajón todos los reportajes previstos. Esta vez, dos años después, no pierde la sonrisa: están todos juntos de nuevo y con una Semana Santa a la vista como las de siempre. San Antón es el punto de reunión. «Mira si soy viejo que nací en el 40… Toda la vida llevo aquí», ríe. Su consuegra Pascuala le devuelve la sonrisa y apoya su reflexión. «Este barrio ha sido siempre muy familiar, muy de vecinos, y aunque eso ha cambiado un poco como todo, sigue siendo especial y en Semana Santa las casas se llenan, eso sigue siendo igual», dice.

Ya con el bombo en el suelo, José calcula que tendrá casi sesenta años y la armadura es de las de antes, con cantidad de madera. Antes de casarse con Concha Espinosa ya lo llevaba y en su casa ya había sonado el bombo antes de que él diera los primeros mazazos. «Me pegaba unas sudadas de miedo», apunta. Aunque no con el bombo, en esto de los tambores le siguen sus hijos, José Miguel e Inma, y sus cuatro nietos, Jorge, Daniel, Gonzalo y David, que tienen entre 13 y 19 años. Además de tocar con sus cuadrillas, Jorge y David, salen en los alabarderos siguiendo el camino de su padre José Miguel. «Al año siguiente de hacer la primera comunión ya salí en los alabarderos», dice. «Me ha gustado siempre tocar el tambor, empecé con los quintos con sor Pilar que nos enseñó a muchos entonces niños del pueblo y además enseñaba muy bien las marchas», sonríe.

Ahora las cuadrillas son mixtas pero entonces no y por eso la Semana Santa de su hermana Inma es diferente. «La vives de otra manera porque yo he salido en las procesiones de manola o de otros personajes como María o hebrea pero de tambor nada, cuando las chicas empezaron a tocar a mí ya me llegó tarde y al no hacerlo desde niña tampoco he tenido esa necesidad», dice. «Pero me gusta mucho oírlo, me gustan las procesiones y también tocar cuando vengo a Híjar, aunque no sepas muy bien algo acabas haciendo», sonríe. Ha inculcado la querencia por la Semana Santa de su pueblo a sus hijos Dani y Gonzalo que se han criado entre León y Zaragoza y también a su marido Alfonso Martínez, natural de Murcia. «Estamos muy mezclados», ríen. «Tanto en León como en Murcia hay mucha tradición de Semana Santa pero es totalmente diferente al Bajo Aragón donde el tambor es el centro, es otra cosa», reflexiona Martínez. «Y yo la echaba mucho de menos… Te llama venir, eso es así y desde que estamos en Zaragoza estamos mucho más en el pueblo», añade Inma. «Cada uno vive su Semana Santa y aquí, aunque estamos todos en esos días no creas que nos juntamos mucho porque cada uno tiene su cuadrilla y sus procesiones, así que, hasta Sábado Santo esto es un entrar y salir», dice su cuñada, Arancha Membrado.

El que falta es Agustín Membrado. Hace diez años que falleció pero de alguna manera sigue presente en casa y en el barrio. «Esta puerta siempre ha estado abierta. Cuando llegaba la procesión de los Rosarieros de madrugada aquí teníamos la torta y cuando pasaban los alabarderos, lo mismo, él estaba al tanto», dice su mujer Pascuala. En Híjar, las peanas son numerosas y muy pesadas y todos los brazos son bienvenidos porque son unas cuantas las que se llevan a pulso. Durante muchos años, hasta los 69, el padre de Arancha fue portante de la Virgen de los Dolores, que aparece en todas las procesiones. «Salía con la peana y venía con el hombro tan morado que ya era negro, siempre la llevaba con el mismo», recuerda la madre.

Hasta que no se retiró no vio las procesiones desde fuera, algo común entre quienes participan de lleno en toda la Semana Santa. José Miguel sonríe porque él se reconoce en este sentimiento. Un accidente le hizo guardar reposo hace tres años y ahí vio la grandeza hijarana desde fuera. «Cuando vas metido en tu puesto no ves nada más y la verdad es que me impresionó ver todos los pasos juntos. Es bonito», dice. «Hasta entonces no habíamos visto una procesión juntos», apunta su mujer Arancha. Ya recuperado José Miguel vuelve con su tambor. Ya estaba listo para hacerlo en 2020 pero no pudo ser para nadie, y esta vez los cuatro de casa estarán procesionando juntos. Arancha lo hará como parte de las Ministras que se ocupan de parte de la organización interna de procesiones y otra sección en la que siempre todas las manos son más que bien recibidas. Jorge y David lo harán con sus tambores, los mismo que sus primos Gonzalo y Daniel y sus tíos Alfonso e Inma. Los abuelos José, Concha y Pascuala guardarán San Antón como buenos vecinos.

 

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