sábado, 15 de mayo de 2021

SAN ISIDRO Y LOS NIÑOS YUNTEROS. Por Teresa Rubira .

 



No es difícil hacer versos con las palabras: esfuerzo-sudor, frío-calor, espigas-sol, gavillas-hoz, pobreza-dolor, plegaria-bendición, San Isidro-labrador.

Porque la fiesta que hoy se celebra, es la de un patrón que tiene mucho que ver con otra profesión cuya dureza de antaño parece olvidarse. Que les pregunten a nuestros padres y abuelos, todos niños yunteros, por esa vida que llevaron en el campo, sobre todo en los montes, con lo más rudimentario que se podía tener. 

Sabemos que es la tierra, la madre tierra, la que nos da de comer, pero alguien ha de cultivarla. Y ese “alguien” son ellos, los sufridos labradores (algunos, ya, desde un cielo al que tanto miraron pidiendo lluvia). Hoy, y siempre, los queremos honrar como merecen.

Y no habrá palabras mejores para ensalzarlos que los versos del poeta Miguel Hernández;  ¡los describe como nadie!



EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido 

Más humillado que bello, 

Con el cuello perseguido 

Por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta 

A los golpes destinado, 

De una tierra descontenta 

Y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo 

De vacas, trae a la vida 

Un alma color de olivo 

Vieja y ya encallecida.

Empieza a vivir, y empieza 

A morir de punta a punta, 

Levantando la corteza 

De su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente 

La vida como una guerra, 

Y a dar fatigosamente 

En los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe 

Y ya sabe que el sudor 

Es una corona grave 

De sal para el labrador.

Trabaja y mientras trabaja 

Masculinamente serio, 

Se unge de lluvia y se alhaja 

De carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte, 

Y a fuerza de sol, bruñido, 

Con una ambición de muerte 

Despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es 

Más raíz, menos criatura, 

Que escucha bajo sus pies 

La voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde 

En la tierra lentamente, 

Para que la tierra inunde 

De paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento 

Como una grandiosa espina, 

Y su vivir ceniciento 

Revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos, 

Y devorar un mendrugo, 

Y declarar con los ojos 

Que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho, 

Y su vida en la garganta 

Y sufro viendo el barbecho 

Tan grande bajo su planta.

Quién salvará a ese chiquillo 

Menor que un grano de avena? 

De dónde saldrá el martillo 

Verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón 

De los hombres jornaleros, 

Que antes de ser hombres son 

Y han sido niños yunteros.


¡Felicidades a nuestros labradores y labradoras! ¡Que San Isidro nos bendiga, y proteja sus cosechas!


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