lunes, 21 de diciembre de 2020

LA NAVIDAD EN SEIS TIEMPOS. Autora : Maruja Collados .

 



DICIEMBRE

Diciembre es el mes literario por excelencia.  Es el último mes del año y está lleno de un revuelo de fichas y de clasificaciones, como fuelles de música muda, como acordeones simbólicos, que son los que le prestan animación y fondo.  Es en ese mes cuando se preparan esos balances y resúmenes, desde el año astronómico, hasta el año necrológico, donde lo mismo figuran las nuevas estrellas recién descubiertas en las lentes de los telescopios, que “ las ilustres personalidades desaparecidas “.
Diciembre es esencialmente hogareño.  Se han acabado las consejas, los cuentos de ánimas y de fantasmas, las leyendas misteriosas y es frecuente la nieve, que con su resplandor pone claridad en el ambiente.  En nuestros pueblos , los campos descansan, se conservan secos y calientes los apriscos y en las cocinas los grandes troncos encendidos llenan de sombras y resplandor rojizo las paredes y los rostros.
Es, sobre todo, el mes de la Navidad.  Por eso diciembre, sabe a turrón, a mazapán, a sopa de almendras.

EL  FRIO

Y el frio.  Terrible frio de este diciembre y de otros diciembres ya lejanos.  Caía el frio entero y maduro sobre las viejas y retorcidas calles de mi pueblo, un frio tan espeso que casi hubiera podido cortarse la mañana en rebanadas como un pan.  Y subía yo por aquella cuesta abrupta y empinada que conducía a la ermita del Carmen, entre las charcas heladas y los arbustos yertos.  A la noche, rodaría lastimándose en las piedras, una luna grande y fría de una bella inmensidad infinita.  Una vez arriba, en lo alto, se diría que estaban todas las cosas, árboles, senderos, casas, en su sitio pero que todo era solo un paisaje inútil e ingrato de invierno.  Yo, sentada descansaba de las fatigas de la cuesta y el pensamiento se me fijaba como un clavo, alerta el alma, entre la paronámica mojada y brillante de la helada.
Sonaba el medio día y las campanas de Santa María la Mayor tenían una melodiosa plenitud conmovedora en el silencio frio.  Y yo pensaba, a este sol secreto, que lo que vale o no vale en la vida no es la prisas, ni el tener un pueblo a los pies, ni sentir el aire silbante entre los pinos, sino el ensueño, la contemplación, el éxtasis.
Si. Aquella fue, en mi vida, mi primera meditación.

EL TURRON

En estos días próximos a la Navidad, en casa de mi tío Virgilio se hacía el turrón.  Entonces era pura artesanía.  El trabajo tenia como una música ritual y las grandes paletas de madera que movían la masa de miel y avellanas en el perol reluciente de cobre, recitaban un villancico de ritmo alterno, primitivo, ingenuo, casi infantil.  Luis, el Loya, con sus manos grandes y callosas, se aferraba a las palas dándoles impulso regular y seguido de máquina humana, mientras entre sus labios renegridos prendia una eterna e inacabable colilla.
En el gran obrador se amontonaban las distintas clases de mazapanes, las yemas rutilantes, el crujiente guirlache.  Se partian y envolvían las “barricas “, en un movimiento igual y rítmico, como de un villancico de Juan de la Encina.  El ruido de las palas golpeando la masa de la miel y avellanas y el crepitar de las almendras, entre el liquido oscuro y pegajoso, componían una música preludio inconfundible de la Navidad.

EL  NACIMIENTO

Luego poníamos El Nacimiento.  Ibamos a recoger césped, musgo tierno, verdes hierbas.  Los mayores hacían el Palacio de Herodes, con cartulinas. A mi me gustaba hacer los ríos.  Sentía una ilusión inmensa por aquellos riachuelos parados y quietos en la tristeza del cristal y el estaño.  Unos patos imposibles eternizaban su vuelo inmóvil sobre la corriente muerta.  Después, ya mayor, pensaba que todo aquello era un símbolo, que todo aquello era la lucha entre la fuga y el ímpetu, entre la vida que es el rio, continuo fluir y el pensamiento y las ideas que fueron en el principio y que nos agarran haciendo nuestra vida prisionera.
Ahora cuando contemplo un Nacimiento, siento tristeza y ganas de evadirme hacia el futuro para gustar limpiamente, sin el pecado de la nostalgia , del pasado.  Después, cuando el recuerdo no era ya un placer prohibido, volvi sobre mis pasos.  Y fui yo quien edifiqué el Palacio de Herodes, la alegría de los Reyes Magos, los ríos de cristal y de estaño para mis hijos.  Y ellos alzando los ojos, miraran extáticos como yo mire un día.  Y otra vez, cuando pasen los años, acoso ellos comprendan también que los ríos parados son un triste y verdadero símbolo.  Mi hija la más fantastoca, lo escribirá en un articulo para los días de Navidad.  No se lo dira a nadie, pero, acaso yo la sorprenda y adivine entonces la continuidad de los sueños.
Navidades antiguas que entrelazan sus fantasmas de sueños y de ilusiones marchitas que, en el pasar de los años, conservan la emoción de la Nochebuena en torno al Belen, con la alegría ingenua de los sueños, la risa de los jóvenes y la niebla en los ojos de los viejos, que a través de las lagrimas, ven llegar a ellos, por el paisaje de musgo y corcho, los tres pequeños Reyes que traen la ofrenda más grata a su corazón : los recuerdos.

EN  LA  NOCHEBUENA

En la Nochebuena, nos reuníamos todos en torno a las llamas crepitantes del hogar.  La cena tradicional y abundante y el porrón de buen vino pasando de mano en mano, ponía las chispitas encendidas en los ojos.  Mis primos Virgilio, Luisito, y Josemary, tocaban instrumentos de cuerda mientras todos coreábamos pequeños villancicos.  En las ultimas horas de día, la campana de la iglesia nos llamaba a la Misa del Gallo.  Sus sones tenían voz de nata y hojaldre.  Nos enfundábamos en abrigos y bufandas, las caras rojas con el calor del fuego.  La iglesia refulgente de luz vibrada en un resonar de villancicos y arpegios de armónium.  Dios ha nacido.  Dios ha nacido.  El cura lucia casulla de fiesta y homilía de esperanza.  La legión de monaguillos era un rebullir de sayales rojos y expresiones adormiladas por lo insolito de la hora.  Después la fila interminable para adorar al Niño, camisa con bordado de monjas, pié levantado al beso, brazos abiertos.  Dios ha nacido.
A la bajada de la fría madrugada, íbamos dejando caer, sobre el rumor de la Cuesta de la Iglesia, y la ternura de nuestra Nochebuena.

LOS  REYES  MAGOS

A los Reyes Magos hay que escribirles, para que una buena tarde les lleve nuestra carta el viento.  Hay que escribirles para no perder la fe, esa fe de los años infantiles, en un país misterioso donde se confunden las estrellas y hadas y santos.  Y esperar el regalo que es siempre prometido a los hombres de buena voluntad.  Esperar y llenar de números, de lagrimas, de sonrisas la verdadera vida, nuestra vida misma.  Solo queremos eso.  Que nos permitan recordar pura e intacta la melodía de nuestros primeros años.  Y la noche de Reyes una brisa rara y misteriosa hará que nos volvamos otra vez más niños.  Nos sentaremos a esperarles.  Con el alma ligera y la mente clara.  Porque a veces pienso que todo esta oscuro y frio alrededor de los hombres y las torres, por mucho que se estiren no podrán nunca rozar el cielo.  Pero una noche si podrá repetirse el encanto vivo y sorprendido de nuestra lejana niñez.  Si, será realidad.  En la Noche de Reyes una brisa rara y misteriosa puede convertirnos en niños otra vez.  Todo es posible, si se espera con fé en estos días de la Navidad.

Autora : Maruja Collados .

1 comentario:

  1. Aunque triste pero bonito, recordar las cosas más sencillas y agradables de nuestra vida, ¡yo ya llego a ello!

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