miércoles, 18 de septiembre de 2019

REVISTA DE PRENSA : El bandido Cucaracha : el Robin Hood aragones . Autor : Sergio Martinez Gil .

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Mariano Gavín Suñén fue el nombre real del famoso bandido “Cucaracha”, probablemente el bandolero más famoso de los que han existido en Aragón, y que según las numerosas anécdotas que nos han quedado de la cultura popular, bien podría ser considerado como el “Robin Hood aragonés”.


Mariano Gavín nació en la localidad de Alcubierre, en los Monegros oscenses, en el año 1838. La región de los Monegros fue durante el siglo XIX una de las zonas más pobres de España, lo que era realmente mucho decir, dada la situación de un país que todavía no había superado en muchos aspectos las consecuencias de la Guerra de la Independencia, del posterior y deleznable reinado de Fernando VII –Fernando IV de Aragón-, y que además estaba en esos momento en los años finales de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), la cual afectó directamente a Aragón.


Estamos en los primeros años de la construcción del Estado Liberal, es decir, la formación de los cimientos del aparato y estructuras de Estado que conocemos hoy en día, y aunque todavía existían como modelo de sufragio unas elecciones fuertemente censitarias para que el poder fuera controlado por la alta burguesía, poco a poco se iba formando lo que se conocería como el sistema de caciques, aquellos grandes terratenientes locales que en el mundo rural controlaban tierras, trabajo y por supuesto voluntades a placer.


En ese ambiente se crió Mariano Gavín, del que realmente poca cosa se sabe con total certeza, más allá de los cancioneros y anécdotas populares que han llegado a nuestras días. Según estos, para muchos se convirtió en un auténtico Robin Hood, pues se dedicaba a robar a los ricos y humillar a esos caciques, sobre todo en los Monegros, dando en numerosas ocasiones parte del botín a la gente que más lo necesitaba.  Conocida es por ejemplo la anécdota por la cual un día Mariano, más conocido como el Cucaracha porque siempre vestía de negro de los pies a la cabeza, se encontraba en Castejón. El bandido se topó con un niño y le preguntó a este si llevaba dinero, a lo cual, el dulce infante le contestó, sin saber quién era aquél que le había hecho tal pregunta, que su madre sólo le dejaba llevar tres pesetas porque el Cucaracha se las robaría si llevaba más. A esto, el verdadero Cucaracha le contestó ofreciendo dinero al pobre crío y dándole el siguiente mensaje para su progenitora: “Dile a la puta de tu madre que Cucaracha no roba a los pobres” –pedimos disculpas por el lenguaje…-.


La cuestión es que el Cucaracha se hizo famoso por las tierras de los Monegros y llegó a crear una banda de bandoleros que operó sobre todo por la zona de la Sierra de Alcubierre, aunque llegó incluso hasta la misma ribera del Ebro dedicándose a asaltar, secuestrar, robar y extorsionar. Él y su banda consiguieron una gran fama por lograr escapar siempre de la casi recién instaurada Guardia Civil, lo que valió la acuñación de la expresión “ser más vivo que el Cucaracha”. No faltan, desde luego, esas historias que hablan de la persecución y extorsión que realizaba contra los caciques de la zona y de lo generoso que era con los pobres, aunque como ya he comentado, mucho de lo que se cuenta forma parte de la cultura popular, pero poco puede ser atestiguado con datos fidedignos.


Incluso su muerte está envuelta en cierto halo de misterio. Esta se produjo el 28 de febrero de 1875 en Lanaja –Huesca-, estando junto a otros compañeros de fechorías descansando en una paridera del pueblo cuando la Guardia Civil logró emboscarlos y matarlos a tiros. Pero cuenta la historia popular que la emboscada no se logró gracias al buen hacer de este cuerpo de seguridad, sino por la colaboración del boticario del pueblo, Manuel Maza Lacasa, quien envenenó el vino que dio a los bandoleros y que estos no estaban en condiciones de huir como habían hecho hasta entonces.


Tras la muerte del Cucaracha y sus secuaces, parece ser que se hizo uso de una macabra costumbre de la época, y en el pueblo se expusieron los cadáveres en la plaza principal para que los niños pasaran sobre ellos, aprendiendo así la lección de que todo aquél que infringiera la ley acababa, tarde o temprano, siendo castigado por esta.


Sergio Martínez Gil


Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza

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