domingo, 12 de abril de 2020

LA SEMANA SANTA SON LOS PADRES. Autor : Antonio Burgos.


Siempre dual, en Sevilla hay dos noches de la ilusión, y en las dos se acaban de escuchar tambores y cornetas cuando hay que irse a la cama pronto, para poder despertarse a gozar la plenitud de la vida. La más conocida noche de la ilusión es la del 5 de enero, cuando acaba de pasar la Cabalgata y la trasera de la carroza del Rey Negro parece que trae ya pegado, junto al olor de la alhucema de la copa, el aroma del incienso de la primavera. Noche de nervios infantiles, de insomnios con la ansiedad de la cercanía de la dicha. Noche en que los niños, entre la esperanza y la duda, quieren adivinar todo lo prodigioso que se encontrarán al levantarse. 

Eso ocurre en enero. Pero con la primera luna llena de la primavera, Sevilla tiene otra oculta, secreta noche de la ilusión. Es esta noche de víspera del Domingo de Ramos. En el eterno retorno a la infancia que es la Semana Santa, esta noche todos volvemos a ser niños que no dormimos, de nervios, al sólo pensar con las maravillas que nos encontraremos al rayar las claritas del día. Nos cuesta trabajo coger el sueño. ¿Cuándo es de verdad ese sueño de la segunda gran noche de la ilusión, esta víspera impaciente del Domingo de Ramos, de la rampla del Salvador, del besamanos del Gran Poder, de las colas para ver el dulzor de La Amargura en su eterna charlita con San Juan, naturalmente que de la Palma, de la palma rizada que lleva el arzobispo en la procesión por las Gradas Bajas? ¿Ese sueño es el que costará que cojamos esta noche o el que amanecerá mañana, con la ciudad vestida como una novia con sus mejores galas, con los balcones colgados con los viejos damascos de galones dorados, con las cintitas de colores de las cofradías en las solapas de los trajes oscuros de los que vienen de ver, impacientes, que sois unos impacientes, las que saldrán por la tarde?

Mañana todos estaremos felices como niños con zapatos nuevos. Los zapatos del estreno del Domingo de Ramos. El que no estrena ilusión no tiene manos para apresar el gozo de la primavera, de este prodigio de lo que siempre parece que ha ocurrido por primera vez. Como niños. Sí, como niños. Como si hubiéramos dejado en el balcón los zapatos que vamos a estrenar desafiando sobaduras, y el Rey Negro, que es de la cofradía del Cristo de la Fundación naturalmente, nos hubiera echado de regalo esta maravilla de Domingo sevillanísimo que vamos a encontrarnos mañana, y que hemos pedido en la carta de una papeleta de sitio, del Pograma, de la cartulina del abono de las sillas.

Hoy es, pues, la segunda noche de la ilusión de Sevilla. Las cofradías de vísperas lo han anunciado como el Heraldo de la Cabalgata pide las llaves de la ciudad para que queden franqueadas a la alegría. Han sonado los mismos tambores y las mismas cornetas por los cuatro confines de la ciudad, por los barrios, como cercándola, igual que la rodeó por el talle San Fernando antes de ennoviarse con ella. Y ante esta segunda noche de la ilusión, yo quiero ser el niño malo que picardea a sus compañeros diciendo que los Reyes Magos son los padres. 

Eternos niños de la ciudad, niños que pedid cera, niños maduretes, niños puretones: la Semana Santa no es Sevilla; la Semana Santa son los padres. Los padres que nos enseñaron a amarla. Los que nos llevaron de niños a las sillas, a ver las cofradìas por la calle, a pedir cera, que nos hicieron fijarnos en la campanita que al cuello lleva la Borriquita o en Zaqueo reguinchándose en su palmera para mejor ver por dónde ha de salir luego el Cristo del Amor. 

La Semana Santa son los padres que nos llevaron a callejear esas esquinas por las que sólo pasamos de Semana Santa en Semana Santa, buscando cofradías por el camino más corto, como la memoria que hería a Rafael Montesinos. Ahora que estamos en este eterno retorno a la infancia con cera, capirotes, cornetas y tambores, siento picardearos, eternos niños, para proclamar la verdad. 

La Semana Santa son los padres que nos enseñaron a amarla. Por eso, si nos faltan, ay, los echamos tanto de menos en este Domingo en que volvemos a ser niños perdidos en el templo de la gloria y hallados en la nostalgia, sin nadie ya que nos lleve de la mano, más que nuestros propios recuerdos...


Autor :  Antonio Burgos
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