martes, 4 de septiembre de 2018

LA SEMANA SANTA EN HIJAR . Autor : Enrique Celma , año 1952.


En el altar inmenso donde encarnan los holocaustos que los hombres elevan al cielo en los días solemnes de la Semana Santa, nuevas ofrendas vienen enriqueciendo el maravilloso caudal de estas celebraciones, como exponentes del fervor creciente con que el pueblo, asociado a la liturgia, reverencia las fechas sacras de la Pasión del Señor.

Ya no son las escuetas ceremonias de antaño, enmarcadas en los templos mayores, las que colman las efusiones cristianas de la actual sociedad; ni los cortejos procesionales de localidades famosas, los únicos que reclaman la atención de los extraños, por el lujo y belleza de su imaginería y la elegante compostura de sus cofradías. 

Son muchos ya los pueblos y ciudades que desbordan añejas y renombradas tradiciones, organizando cultos y desfiles en la Semana Mayor, rodeándolos de tal unción, tan curiosas exhibiciones, de rasgos tan impresionantes, que la fama de su mérito acrece y se expande, mereciendo la contemplación de quienes aman la sencillez y emotividad de las procesiones típicas aunque desfilen humildes por calles pueblerinas.

Ejemplo de estos afanes de superación, en orden al culto rendido a la Divinidad, en las fechas luctuosas que resume el Gólgota, lo tenemos en Aragón, singularizado en tres poblaciones.de gran abolengo: la ciudad de Alcañiz y las villas de Híjar y Calanda; aquélla por la capacidad de su vecindario; éstas, por la organización y disciplina de süs participantes; todas, por el estruendo de bombos y tambores que, horas y horas, en vela o acompañando los "pasos", se alza como rugido de dolor y protesta por la muerte afrentosa del redentor de los hombres.

Híjar, muy especialmente, vive y actúa cumpliendo una consigna meritísima: la de hacer famosa y celebrada su Semana Santa. Y a este fin consagra nuevos "pasos"; pueblan sus calles cientos de entunicados, surgen potentes bombos y fuertes tambores, y flota en el ambiente una obsesión única: rendir ferviente homenaje a Cristo crucificado, con la certidumbre de que este tributo, por lo tradicional y unánime, merece el respetuoso elogio de todo visitante.

Y como articulaciones de un programa en que participa todo el pueblo, presenciamos cómo, alzando sobre un silencio imponente el acento metálico de la primera campanada que señala el comienzo del Viernes Santo, o sea, al "romper la hora", estalla, a modo de horrendo cataclismo, el trueno de las percusiones, al que pone fin, a las tres de la madrugada el místico cántico de "losdespertadores", que marchan encabezando la primera procesión de la jornada.

Y más tarde, la incesante movilidad del vecindario, cruzando entre los grupos que redoblan hasta sangrar las manos, y a continuación, subida al Santuario, donde aguardan las imágenes que traslada solemnemente un corteje», en el que figuran largas hileras de entunicados sonando sus tambores, y siempre con ritmo que acompasa el golpe profundo de los potentes bombos.

Pasan las imágenes sobre andas que conducen grupos nutridos de portantes; desfilan las principales escenas de la Pasión del Señor con tallas expresivas y artísticas; los "despertadores" cantan salmos cuyas invocaciones recibieron los musicales ropajes de melodías primitivas; viene la cohorte romana con cuarenta legionarios perfectamente armados, luciendo brillantes cascos, lanzas y escudos; "las tres Marías", representadas por lindas muchachitas; un grupo de jóvenes "hebreas"; un robusto mocetón agobiado bajo una pesada cruz que no apoyará en el suelo, y, finalmente, las autoridades cerrando el impresionante conjunto.

Pronto se advierte que el entusiasmo de los hijaranos por dar honra y realce a su Semana Santa exige bastante más que el sacrificio de dos noches en vela, y dos fechas transcurridas entre el rumor, próximo o lejano, del recio instrumental que conturba el ambiente; que la presencia de esos ochocientos o mil entunicados, rigurosamente cubiertos con las vestes y el capuchón negros, exige también el sacrificio pecuniario de hábitos y efectos de valor cuantioso,aquéllos por su confección en seda, o en tejidos similares, y éstos,, por la adquisición de tambores, que hoy representa un desembolso muy serio.

Y con esos atuendos, y con igual disciplina, vemos humildes campesinos de los aledaños; las representaciones de las clases activas de la villa; elegantemente encubiertos la mayoría;completamente uniformados todos, ofreciéndose la nota singular y risueña de participar en los desfiles niñitos que apenas caminan, y que marchan con paso vacilante ante sus familiares, luciendo túnicas chiquitas, pero con energías suficientes para golpear su tamborcito de juguete,manteniendo, instintivamente, una tradición que sé agiganta y perdura a través de las generaciones.

Tras el descanso que el yantar impone a los actos religiosos, pero no al redoblar de los incansables, llega a las tres de la tarde la procesión del "Pregón", que acompañan los. participantes en los actos matinales. Un sacerdote da lectura e invitación a los actos de aquella tarde. Finido el
parlamento que rubrica un formidable y sincrónico redoblar del conjunto, continúa el desfile presidido por las sencillas imágenes de San Juan y de la Dolorosa.

Hay una pausa; luego, acude el gentío hasta rebosar la iglesia parroquial, para escuchar el pregonado sermón de las Siete Palabras. Hay otra pausa, y al anochecer, fórmase la procesión magna, la del "Santo Entierro", a la que acude todo el mundo rigurosamente enlutado, hasta quedar cerradas muchas casas, restando los forasteros casi como únicos espectadores.

Llega el largo cortejo iluminado por los hachones; avanzan los "pasos" cubiertos de flores; crece el rítmico acompañamiento del instrumental, ahora golpeado por manos vendadas, pero no rendidas, de fatiga; brillan en la oscuridad los escudos y lanzas de la tropa romana, y aparece el cuerpo de Nuestro Señor, en dorada cama cubierta de rico manto aterciopelado, recibiendo el homenaje de la noche, cuyas sombras ahuyentan los ciriales, y el de la población, que silenciosa se engrandece, abriendo sus calles al fantástico conjunto del Santo Entierro.

Todavía escucharemos el sonoro deambular de los tambores que guardan la vigilia, hasta que, en la mañana del Sábado de Gloria, toman a "subir las imágenes " con el ceremonial establecido, ascendiendo el camino llamado "el Calvario", que la multitud remonta en silencio y devotamente, ofreciendo un cuadro ejemplar de orden, de piedad,de sentimiento religioso y de gran valor estético.

Regresan a sus hogares los entunicados; vuelven a sus compartimentos los soldados romanos; el esfuerzo impone la quietud y el reposo, pero Híjar ha escrito una página de fuerte policromía en el libro solemne de la Semana Santa española, cuyo mérito y trascendencia llena los círculos de lo universal y de lo insuperable. 


Autor :  Enrique Celma.
Revista Aragón, año 1952.

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