viernes, 7 de julio de 2017

SOMOS FRANCISCANOS . Autor : Miguel Sampere Calatayud.


Somos franciscanos, o si se prefiere, hermanos menores, porque así se ha venido llamando a los sucesores de la espiritualidad pobre de Francisco de Asís, aquél santo que llamaba hermano a todo lo creado, por el hecho de ser criaturas de Dios, hermano lobo, hermano fuego, hermana agua, hermana muerte..., y que un día, identificado del todo con el amor y la extrema desnudez pobre de Cristo, fue honrado por él con la impresión de sus propias llagas. Nunca cristiano alguno obtuvo de Dios tan alto y digno carnet de identidad.

Él mismo es quien, en el siglo XIII, cuando la forma de vida con que con sus compañeros de espiritualidad testimonian ante el mundo su vivencia del evangelio, ha quedado aprobada por Roma, envía sin tardanza a sus frailes a predicar a Cristo por toda la cristiandad. A España, entonces dividida entre cristianos al norte y musulmanes al sur, destaca a un grupo de esforzados religiosos, como fray Bernardo de Humanalis, fray Bernardo de Moraria, fray Zacarías Romano, fray Clemente Tusco, fray Benincussa Turdetino, fray Gualterio y fray Felix, que van fundando conventos, de dos en dos, como enviaba Jesús a los suyos en el evangelio, por toda la geografía española, hasta recalar en Lisboa.

A instancias de un capitán turolense, Martín Garcés de Marcilla, que se cruza con ellos en Italia y queda impresionado por su género de vida, y les entrega cartas de favor para autoridades y familia, los hermanos Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato se comprometen a establecerse en el arrabal de Teruel, alta fortaleza recién fundada para contener a los moros que amenazaban nerviosos desde Villel, a 14 kilómetros de la villa. Antes, habían aistido a la fundación del convento de Lérida, que llevan a cabo los hermanos Bernardo y Félix.

Durante 11 años viven aquí, en el arrabal de Teruel,en el entorno de una ermita dedicada a san Bartolomé, en la vega del río Guadalaviar, que aguas abajo no tarda en cambiar su nombre aragonés por el de Turia.

Juan es sacerdote y Pedro, laico, y desde un principio se dedican al ministerio eucarístico entre los fieles que se dignan bajar hasta el incipiente convento, a predicarles la actualidad del evangelio desde el púlpito de la ermita, a atender a los leprosos del Hospital de San Juan y a la enseñanza de los niños.

Precisamente, la enseñanza fue durante siglos una de las actividades más destacables que vino ejerciéndose siempre por los hermanos, desde este convento de San Francisco en que ahora escribo, con un radio de acción que llegaba hasta Hijar, ya en los límites de Zaragoza. La desamortización dio al traste con aquel proyecto cultural de favorecer con becas de estudios a los niños mejor dotados, carentes de recursos propios.

Un claustro de selectos profesores se dedicaba, al propio tiempo, a ilustrar en materia sagrada y en las antiguas artes medievales de estudio a los estudiantes franciscanos de Aragón que querían acceder a la Orden.

Hoy, el convento de los Frailes Menores, uno de los primeros en fundarse en la península, y la parroquia aneja de los Santos Mártires, tratan de mantener en alto la llama que prendieron con su propio ardor aquellos santos religiosos por estas tierras, y que un día decidieron alumbrar con la luz de su fe las tierras de Valencia, en tiempos del último rey moro Zeit Abu Zeit, y no tardaron en ser sometidos por la intransigencia al sangriento rechazo del martirio.

Nos corresponde a nosotros honrar y mantener viva su memoria, desde el testimonio de Cristo entre la gente y con la gente, haciéndole presente con la palabra y la misma vida que ellos mismos vivieron de manera tan ejemplar, en cuanto nos sea posible.

Autor :  Miguel Sampere Calatayud.

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