miércoles, 24 de diciembre de 2025

ALMAS DE NAVIDAD : Autora : Teresa Rubira.

 

ALMAS DE NAVIDAD


¿Cómo olvidar aquel inmenso manto blanco, que recogía nuestros pasos?
Era un veinticuatro de diciembre. Los copos de nieve no habían dejado de caer durante toda la mañana, para júbilo general. Al atardecer, los mayores iban metiendo en las cestas sus guisos caseros con los que llenar la mesa de Noche Buena. En realidad, todos los años se repetía la misma escena, pero siempre tenían una magia especial.

De torre a torre, iniciamos el camino. El cielo, ya despejado, mostraba las estrellas más brillantes, mientras la luna pintaba de plata los cabezos y bancales.

Dos hileras de chopos, ya sin hojas, contemplaban el agua de la acequia que discurría mansa, con ese color gris que otorga el frío.  Por lo demás, un respetuoso silencio lo envolvía todo.

Y llegamos a casa de los abuelos. Chimenea encendida, tíos y vecinos, nos esperaban con los brazos abiertos. Siempre he admirado esa capacidad que tenían de hacernos ilusionar (porque, digo yo que, como todos los adultos, tendrían sus problemas).  

Imposible saber cuántos fuimos aquella noche, pero hubo que añadir algunos tableros. La cena transcurrió como cada año, llena de bullicio y villancicos casi inventados (Bisbal no había nacido). Los más pequeños escuchábamos las historias que se contaban, mientras los adultos se preocupaban de distribuir las fuentes y avivar el fuego.

Después, ¡a Misa del Gallo! Por el camino íbamos encontrando a otros torreros que se sumaban al grupo. ¡Qué frío, y qué poco calor daban aquellos abrigos de paño! Menos mal que los gorros, guantes y bufandas, tejidos por las abuelas, servían de buen complemento.

Llegó el “podéis ir en paz”. De vuelta a las torres, no podía faltar el gozo de dormir todos los primos juntos, con mullidos colchones en el suelo, y mantas que picaban (igual es que no había suavizantes entonces).
Y, tras Noche Buena y Navidad, comenzaba una nueva semana: la de soñar con alguna caja de pinturas Alpino, alguna muñeca heredada, y las correspondientes anguilas de mazapán o chocolate de tierra que traían los Reyes. ¡Para ser magos, poco traían, poco!

Pero éramos felices! Y la infancia transcurría con envoltura de familia que nos daba cariño, seguridad y almas blancas navideñas.

No, no puedo ni quiero olvidar aquel inmenso manto de nieve, ni las torres, ni los abuelos, ni los padres, ni los amigos, ni los años dorados donde solo había una palabra importante: AMOR

¡Feliz Navidad! Y, sobre todo, Paz.



Teresa Rubira Loren

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