La herencia cultural española en el mundo es impresionante. A pesar de que la envidia y las mentiras de nuestros enemigos lo han querido impedir, nuestra pintura, nuestra escultura, nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestra música… han adquirido fama y renombre universales. Lo atestiguan los miles de turistas extranjeros que abarrotan nuestras ciudades históricas, nuestros museos, nuestras catedrales.
El aspecto de nuestra cultura más conocido y más difundido por el mundo es, sin ninguna duda, nuestro idioma. No obstante, existe un lejanísimo país al que también España descubrió y colonizó, pero en el que el idioma oficial ya no es el español: ese país se llama Filipinas. La culpa la tuvieron los norteamericanos, quienes tras la derrota de nuestra marina en la Batalla de Cavite en 1898, (ante la apabullante superioridad técnica y en número de efectivos de la fuerza naval de EEUU) quisieron eliminar cualquier rastro de la cultura española.
Pero no lo han conseguido. Tras la conquista norteamericana, aún siguieron siendo muy hablados los idiomas español y tagalo (idioma nativo de Filipinas). En 1941, Japón atacó y destruyó la base norteamericana de Pearl Harbour, entrando en guerra (la II Guerra Mundial) y ocupando las islas Filipinas. Prohibieron hablar el español y el inglés, tendiendo a imponer el idioma japonés, lo que no consiguieron porque en 1945 se rindieron ante los norteamericanos, quienes poco antes habían arrasado por completo la capital filipina, Manila, mediante un brutal bombardeo. Fue tras la vuelta de los norteamericanos, cuando nuestro idioma entró en franco declive.
Hoy es Filipinas un país independiente; sus idiomas oficiales son el inglés y el tagalo. El español, a pesar de todas las dificultades e impedimentos, lo sigue hablando una pequeña parte de los filipinos; generalmente se trata de personas con gran cultura y educación. Actualmente, se tiende a popularizar de nuevo el conocimiento de nuestra lengua, no solo por el peso de nuestra herencia cultural, sino también por razones económicas, comerciales y turísticas. Muchos filipinos piensan que tendría muchas ventajas para ellos incorporar su país, de alguna manera, a la gran comunidad hispano hablante española y americana.
En ese sentido, se intenta implantar de nuevo el español en el sistema educativo filipino, como segunda lengua; aunque se encuentran con la dificultad de la escasez de Profesores. Hay otras instituciones que, en la medida de sus posibilidades, también colaboran a este fin; como por ejemplo, la Federación de Cámaras de Comercio Filipino-Americanas, o el Instituto Cervantes de Manila, o la Academia Filipina de la Lengua Española, que es correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.
La espectacular naturaleza de Filipinas atrae cada día más turismo internacional
Si desde España viajamos siempre hacia el Este, muy, muy lejos, aún más allá de la China, llegaremos al Océano Pacífico, en el que existe un bellísimo y gran archipiélago, que recibe su nombre, “Islas Filipinas”, del Rey español Felipe II, aquél del que se decía que “en sus dominios nunca se pone el sol”. La huella que dejó España en Filipinas no se reduce exclusivamente a la permanencia de nuestro idioma. También ejerció una fuerte influencia en Filipinas nuestra música tradicional.
Es emocionante saber que, en esa lejanísima tierra, aún hoy se puede ver y escuchar un baile, interpretado por una rondalla, con sus guitarras y bandurrias, y por unos danzantes, cuya procedencia es indudablemente aragonesa. Aunque estos “joteros filipinos” no hablen nuestro idioma, ni probablemente sepan muy bien dónde está Aragón, también allá en Filipinas, se le llama a esta música “La Jota de Manila”. Tal y como suena, en perfecto español, como lo haríamos nosotros mismos.
Es una verdadera y agradable sorpresa escuchar esta jota, tan bonita y tan claramente procedente de la nuestra, la de Aragón, mientras vemos bailar a las parejas de bailadores, hombres y mujeres filipinos. Observaremos que van vestidos, lógicamente, con unos vestidos y unos atuendos que no se parecen en nada a los nuestros; son los propios de su tierra, de evidente origen asiático. También nos llamará la atención, entre otros detalles, que los danzantes lleven unas castañuelas extrañísimas, o que veamos bailar la jota en un entorno de arquitectura y clima tropicales, algo a los que no estamos acostumbrados, o que una pequeña rondalla filipina toque tan bien la jota. Todo termina con un españolísimo ¡Olé!
Que lo disfruten.
Autor : Enrique Garralaga Robres.
Siempre nos sorprendes con algo, bella la jota de Manila, un vestuario, precioso.
ResponderEliminar¡Me ha encantado, Enrique! Gracias.
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