martes, 26 de marzo de 2024

Los Breto Lanuza: en casa del herrero el tambor hijarano sigue sonando. Autora : Beatriz Severino.

 


LA FAMILIA DEL TAMBOR. Ligados a la peana de los Azotes, antaño ya un bisabuelo fabricó y arregló algunos tambores en su herrería en San Blas

Alrededor de la mesa del comedor, los Breto Lanuza hacen memoria para tratar de hallar el origen de la Semana Santa en su casa. El dato se pierde porque es algo «de toda la vida». Es por parte de María Asunción Lanuza Luengo por donde empiezan a sonar redobles. También donde aparece la peana, concretamente los Azotes, que llegó al pueblo en los años 40 después de la guerra. Su padre Santos se encargó de su cuidado e implicó a toda la familia: a ella y a sus tres hermanos José Manuel, Jaime y Mariano. Ahora ellos y los nietos continúan con el mantenimiento y procesionándola.

De Santos heredaron eso y también la pasión por los tambores. «Tocó hasta muy mayor, que murió con más de 90 años. Y cuando ya no podía con el tambor, seguía saliendo en la procesión», dice María Asunción. «Todo orgulloso decía que era el más viejo que salía», sonríe Daniel, su hijo menor. A Santos le hizo el tambor su abuelo, que era herrero en la plaza de San Blas. «Imagínate si hace tiempo, mi padre con tres años ya salió a tocar y ese tamborcico aún existe, lo guarda mi hermano», dice ella. Van apoyando los recuerdos con fotografías. En una aparece José Manuel Breto, el hijo mayor de María Asunción. Sale subido a un bombo que hoy toca su sobrino Leo, hijo de su hermano Daniel. «Tenía 14 meses; se lo llevó el tío Casiano y dio la vuelta entera al pueblo con lo pequeño que era», añade la madre todavía asombrada. Él escucha la historia sonriendo igual que en la foto, en la que es difícil imaginar a un niño más feliz. Se sigue colgando el bombo pero fuera de las procesiones porque él sigue fiel a los Azotes. «Empecé llevando el estandarte siendo un crío y luego ya pasé a llevar palo en la peana», dice. «Aunque disfruto con la cuadrilla tocando, yo tiro más por la peana en Semana Santa», añade.

Es el mismo proceso que han llevado primos suyos y al que se suma Daniel. «En las procesiones en las que no salgo con los Alabarderos sí que voy en la peana, me tira mucho el tambor pero lo reservo a fuera de las procesiones», cuenta. «Hubo un tiempo en el que faltaba gente y le dije a mi tío que si yo estaba en el pueblo el palo no se iba a quedar libre», añade antes de echarle la culpa al reloj. «Es que la Semana Santa se queda muy corta», ríe. Cerca tiene la corneta, porque en cuanto encuentra un rato se dedica a ensayar. Si no puede tocar, emplea una sordina pero ese sistema no le acaba de convencer. Vive en Zaragoza y siempre da con algún descampado lo suficientemente aislado como para no molestar aunque alguna vez haya tenido que dar algunas explicaciones. «Es que si no haces morro no suena la corneta y eso supone ensayo y ensayo», reflexiona. Es el primer Alabardero de la casa, algo que quiso desde niño. «Desde mi cuarto veía la iglesia y la Casa de los Alabarderos y cuando los oía tocar… No sé cómo explicarlo pero yo quería ir con ellos. En cuanto notaba que se acercaban a San Antón salía a verlos», añade y traga saliva. «Se me pone la piel de gallina de recordarlo», sonríe.

Le echa la mano por el hombro su mujer Engracia Fernández, que sabe perfectamente el significado de todo esto para él. También para ella, porque aunque es zaragozana con ascendencia leonesa, la Semana Santa es Híjar desde que conoció a Daniel. «Antes me iba de vacaciones pero ya nada, y a mí me encanta todo esto. Y me parece envidiable que exista una tradición así y que tanta gente se vuelque en conservarla. Requiere de esfuerzo pero creo que hay que hacerlo», dice. «A veces parece más hijarana que yo», ríe Daniel. Si a lo largo del año suelen acudir a Híjar cada dos fines de semana, desde que acaba Navidad hasta Semana Santa, van todos.

Sus hijos Darío y Leo, de 8 y 5 años, siguen la dinámica de todos y los sábados y domingos son para ensayar la puesta a punto de los toques que muestran en el Concurso Nacional de Tambores y Bombos de Domingo de Ramos. Uno va en la cuadrilla del Nazareno y otro en La Soledad. Leo toca el bombo, el mismo que llevó su tío José Manuel. Piensa un rato el motivo hasta que da con la respuesta con un poco de inspiración materna. «Lo toco por tradición», dice. No se lo tiene que disputar con su hermano porque Darío tiene clara sus preferencias. «Me gusta mucho el tambor, aprendo con mi profesor», dice con su desparpajo. «Es curioso porque siempre son los mismos actos y casi la misma gente, pero es muy emocionante cada año», añade Engracia y recibe el apoyo de su cuñada Reyes Montesinos, pareja de José Manuel. Es de La Almunia de Doña Godina y allí residen y desde allí se desplazan con frecuencia. «Impacta la primera vez. Yo tampoco había estado hasta que conocí a José Manuel y vienes y ves que la gente lo vive de verdad y que hace todo esto porque le nace y lo siente», reflexiona. Ella no se cuelga el tambor pero acude a todo, también a las rondas con las cuadrillas. «Si me apetece un rato siempre te dejan un bombo o un tambor, pero es difícil seguirles el ritmo. Se hace lo que se puede», ríe. En casa no se queda, y tampoco su suegra, que si tiene que elegir se queda con la misa de la tarde de Jueves Santo con los Alabarderos en la iglesia, y con el Santo Entierro. «Salgo a un punto de la carretera desde donde se ven venir a lo lejos e impone», dice la mujer. «Cada uno participa a su manera», apoya Reyes.

Todas las participaciones son necesarias, también la de Octavio Breto, el padre de familia. Con una enorme sonrisa dice que reside en Híjar «por amor», pero es natural de La Puebla de Híjar y son unas pastas poblanas las que acompañan al café de la sobremesa. Reconoce que el tambor nunca ha sido lo suyo pero Octavio, que dedicó su vida laboral a ser transportista, tiene un don para la artesanía en madera. De su pequeño taller salen desde tambores y mazas en miniatura a modo de recuerdo de Híjar, hasta lámparas, costureros y muñecos y, desde luego, palillos. «Así colaboro con el tambor», bromea. Desde que vio una demostración de trabajos en madera en la Feria de Muestras quiso hacerlo. Se fabricó un torno con un motor viejo casero y empezó. También se hace sus herramientas. «Cojo el trozo de madera y hago lo que va saliendo, nunca llevo la idea», revela. Todos en la mesa alaban su buen hacer -que bien merecido lo tiene-, pero él le resta toda la importancia. «La tele no me gusta y me entretengo así», dice. Vive la Semana Santa a su manera y, con el mismo orgullo y felicidad que su mujer, desea que llegue la revolución de cada año. «No paramos entre guisar y atender a uno por un lado pidiendo ayuda con el tercerol, el otro con el tambor… Entre todos nos echamos una mano y, ¿sabes qué?, que estamos contentísimos porque hay movimiento y eso es lo bueno: que haya vida», reflexiona el matrimonio.


Fuente : www.lacomarca.net

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