lunes, 18 de febrero de 2019

LA SIEMBRA HIJARANA DEL BISABUELO. Autora : Beatriz Severino .

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Justo Esteban (en la escalera), con sus hijos Carlos, Silvia y Sergio; y cuatro de sus nietos Izan, Carlos, Alicia y Paula.


En casa de Justo no había tradición tamborilera pero sí ilusión de su padre para que así fuera

 Justo Esteban y Enriqueta Conte recorren con la mirada la planta baja de casa. Junto a un bonito patio, la salita en la que pasan el verano está presidida por un tambor. Tiene unos cuantos años y es que fue el primero que tuvo en sus manos el hijarano.
Justo recuerda que en casa no había tradición de tocar los tambores pero que su padre tenía mucha ilusión porque lo hicieran sus hijos. «Nos compró un tambor y una túnica a mi hermano y a mí y hemos seguido con ello aunque yo hace muchos años que lo dejé aparcado», explica. Así fue una vez que sus hijos Carlos, Sergio y Silvia tomaron el testigo.
Cuando eso estuvo asegurado, él se retiro tranquilo. Las circunstancias de la vida llevaron a la familia a Zaragoza pero la Semana Santa es hijarana desde siempre. «De tocar dejé pronto pero la Semana Santa no me la quita nadie, me encanta», dice. Él fue alabardero, «solo por una procesión», aclara, y en la familia también hay peaneros.
 Carlos y Sergio se ocupan de sacar La Cama y La Burrica. «Mis hijos Carlos y Víctor son muy de tambor y ellos sí saben tocar muy bien pero también van entrando a la peana. Llevar los pasos a mí personalmente me gusta porque se hace mucho compañerismo», dice Carlos.
 Enriqueta recuerda un tambor de cuerdas y cae en que era de su padre. «Él tocaba pero fuimos tres hermanas y entonces las mujeres no tocaban. Eso cambió con los años por fortuna pero mi generación no salía», dice. «Mi padre, además de tocar, también llevaba peana», añade.
 En torno a Enriqueta y su casa se juntan todos cada Semana Santa. Sus nietos Izan y Alicia también se reúnen en su casa aunque su padre es poblano. «Nunca hemos discutido por eso, mi marido Cristian pasa la Semana Santa en La Puebla y nosotros, aquí con todos los primos», explica Silvia. «Antes sí Rompía la Hora en La Puebla porque aquí entre mi cuadrilla de amigas no hay mucho arraigo de tocar el tambor», cuenta al hilo de lo que explicaba su madre sobre su generación.
 «Eso ha cambiado y las chicas jóvenes de ahora sí que saben tocar desde pequeñas, acuden a ensayos, lo ven en casa y tocan desde siempre. Eso hace que tengan mucha afición todo el grupo. Ahora salen incluso alabarderas», se felicitan.
 Esas nuevas generaciones son las que representan Paula (16), Alicia (8) y Noelia (13), que mantienen viva la tradición, y todas haciendo varias tareas ya sea tocando el tambor, acompañando a las peanas de los suyos o como hebrea, como es el caso de Alicia, que no recuerda la primera vez que salió con el tambor.
 «Tenía tres o cuatro años y llamaba mucho la atención porque aguantó ahí Rompiendo la Hora como una campeona en medio de la plaza», dice Silvia. «Yo tengo mi cuadrilla y somos las amigas de la peña. Somos las mismas que nos juntamos en Semana Santa y también tocando toda la noche por las calles», dice Paula. Su primo Carlos también atesora una época de ensayos y de cuadrillas de concurso, algo que ha dejado en otro plano, sobre todo, desde que la peana se ha cruzado en su camino.

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Cuatro nietos: Paula, Izan, Noelia y Alicia (de hebrea); junto a Rosa (nuera), en el centro, y la hija de Justo y Enriqueta. / Archivo familiar

Entre los hermanos recuerdan los años de noches interminables de tocar y tocar el tambor sin parar. De tocar hasta la extenuación. Sergio recuerda el día en que literalmente, colapsó. «Era un crío y de repente me quedé que ni veía ni oía», cuenta. «El remedio fue un vaso de leche y una aspirina y dormir», ríe Enriqueta.
 Recuerdan esos tiempos de salir toda la noche yendo de casa en casa tomando pastas. Ahora las casas se han cambiado por las peñas y los bares. «En esta hacíamos parada también y alguna botella de moscatel caía», ríe Carlos. Es el único que toca el bombo y no sabe muy bien el motivo pero quizá sea porque se lo compró su padre de niño y con él se quedó. «El tambor lo dejo para los que saben», añade.
 Su hermano Sergio también empezó con el bombo pero él sí se cambió al tambor y tampoco sabe muy bien el por qué. «Me llamaba más la atención y me cambié pero estar fuera y el trabajo me han dejado tocar lo que he podido. No soy un virtuoso que digamos», se sincera. Por el contrario, la hermana pequeña, Silvia, siempre ha sido tamborilera.
 Poco importa también la procedencia de cada uno. Es el caso de Rosa, natural de Alacón, que cuando conoció a Sergio ya fue una más de la Semana Santa hijarana. «Si no lo vives desde dentro, es diferente, sobre todo las noches de las que hablan de ir tocando sin parar por las calles. Ahí mejor estar dentro», dice. Reconoce que le gusta y que desde hace unos años incluso sale con el tambor. «Se disfruta», confiesa. Esta implicación se amplió con sus hijas Paula y Noelia, que son habituales en las procesiones y en lo necesario.
 Son los seis nietos de Justo y Enriqueta los que mantienen viva la llama que se empeñó en prender su bisabuelo al comprar una túnica y un tambor a sus hijos.

Fuente :  Beatriz Severino.
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