domingo, 26 de marzo de 2017

VIEJAS COSTUMBRES DE SEMANA SANTA.

                   


Una de esas costumbres ya desaparecidas consistía en cubrir todas las imágenes de las iglesias con unos paños morados permaneciendo tapados mientras duraba la Cuaresma.

Todos los Santos de la iglesia permanecían tapados durante la Semana Santa. Para eso se tenían unas cortinas moradas que se guardaban de un año para otro. Es que, según la liturgia antigua, los Santos, todos, incluido el crucifijo, debían estar tapados: era una señal de luto, y  además no debían distraer a los fieles de la verdadera atención, que era la Pasión y Muerte de Jesús. 

En la celebración de la noche pascual, al canto del gloria, se destapaban todos, al menos los del altar mayor, que era más fácil. Aquellas cortinas moradas solían ir montadas con unas anillas en una barra y  así podían correrse como las cortinas de una ventana. No cabe duda de que todo aquello de la Semana Santa era de un dramatismo conmovedor, a veces incluso aterrador.

La Semana Santa ha cambiado mucho desde hace medio siglo. Algunas de las costumbres de los años 50 han desaparecido. Seguro que a los jóvenes de 30, incluso a los de 40 años, le sonará a chino si les hablamos de la bula. ¿No habéis oído a vuestras madres y abuelas hablar de ella?

Hasta los años sesenta se iba a casa del señor cura (la gente mayor decía que había que llamarlo así) a comprar la bula.

Había variedad de bulas, todas concedidas por el Papa de Roma: la de la Santa Cruzada, la de Carne, la de Composición-La iglesia concedía diversas gracias e indulgencias a sus fieles. Hace ya muchos años que un Papa abolió estos privilegios.


Resulta que la Santa Madre Iglesia ordenaba hacer ayuno y abstinencia. No se podía comer carne ni caldo de carne durante los 40 días de la Cuaresma ni durante todos los viernes del año porque desobedecerlo era pecado mortal. Pero si tú sacabas la Bula de carne, quedabas exento de esa prohibición, con excepción del Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Se expedía un documento a nombre de la persona que adquiría la bula previo pago de una peseta. El documento estaba firmado nada menos que por el Papa de Roma que era el que concedía la licencia para poder comer carne. Los viernes de cuaresma el menú en la mayoría de los hogares consistía en comer potaje con bacalao.

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