Graus es una localidad llena de atractivos. La capital de la comarca de la Ribagorza, cuenta con un casco antiguo declarado Conjunto Histórico Artístico, que tiene como corazón su magnífica Plaza Mayor o de España. Los soportales, el colorido de sus fachadas o la espectacular decoración de su Ayuntamiento llaman la atención al visitante. Pero también hay sorpresas en cada una de sus calles: las puertas del antiguo recinto amurallado, el hospital de San Lorenzo, el Convento de Santo Domingo, el de la Compañía de Jesús o cualquiera de sus casas solariegas: la casa Fantón, el Palacio del Obispo y la casa-Palacio de Rodrigo Mur.
Es precisamente este último edificio del siglo XVI, de proporciones monumentales y abundantes motivos decorativos ubicado en la plaza de Coreche, el que descubre o conserva para el futuro la historia de la que se ocupa este artículo. Es una historia o leyenda (¿quién podría afirmar sin lugar a duda lo uno o lo otro?) que conocen sobradamente los grausinos. La llevan a gala y la reivindican, poniéndola al nivel de otros relatos universales alrededor del sentimiento más dramático y apasionado: el amor.
Pero, ¿qué es lo que une a los llamados “Amantes de Graus” con este palacio? La respuesta está en su fachada. Pese a que el aspecto actual del edificio es producto de una remodelación de 1951 en la que se desmontó parte del palacio original para ensanchar la calle y se reutilizaron algunos de sus elementos más destacados, allí quedaron los llamativos dinteles con inscripciones a los que muchos en Graus se refieren para dar veracidad a su historia de amor.
Aparecen sobre dos puertas. También, por cierto, en una casona casi derruida en la cercana Fantova de donde, aseguran algunos, podrían haber salido los dinteles que hoy vemos en el centro de Graus. Son inscripciones talladas en la piedra con letras entrelazadas que, según muchos, dicen “Rodrigo Ama a Marica”. Podríamos darlo por bueno sin más y sería un pie extraordinario para dar veracidad al relato que contaremos a continuación, pero la realidad es que hay otros muchas personas, menos predispuestas a dar por buena la tradición, que aseguran que allí se lee otra cosa: “Roderico de Marca y Mur”. Este nombre haría referencia al dueño de la casa, Señor de Lapenilla o de Pinilla, cabeza de una de las familias más importantes que siempre habitaron la población y, por otra parte, uno de los protagonistas de la historia de amor.
¿Y cómo es esa historia? Pues, la verdad, se cuentan varias versiones, pero una de ellas destaca sobre todas las demás. La recoge Rafael Andolz en su libro “Leyendas del Pirineo” y cuenta que ese noble llamado Rodrigo, señor del palacio y padre, iba a obligar casar a su hijo, también llamado Rodrigo, con Margarita Solano, guapa y deseada hija de una adinerada familia. Posiblemente nos encontramos ante la típica necesidad de apuntalar una maltrecha economía familiar.
Pero en esta intención de amor al más puro estilo nobiliario había un problema. Porque Rodrigo a quien verdaderamente quería era a María, la sirvienta, a quien seguramente llamaban “Mariíca” por su diminutivo en el dialecto grausino. Su amor se había forjado entre las paredes de la casa, en pequeños pero apasionados momentos robados.
Nos imaginamos las dificultades, los enojos, las amenazas y los lloros. Son las consecuencias de las obligaciones de clase o estamento que tanto hemos leído o escuchado, fruto del acervo popular. En la historia de los Amantes de Graus, cuando llegó el día en que debía celebrarse el compromiso, el amor verdadero parecía haber perdido de nuevo. Alrededor de la casa palaciega se reunía el pueblo para ver salir a los novios. Entonces, Rodrigo hizo descubrir las inscripciones que había tallado unas horas antes en los dinteles. Eran toda una declaración de amor a la persona a la que quería desde hace tiempo, una rebelión ante el amor prohibido.
Por supuesto Margarita, la novia despechada, escapó avergonzada al leer las inscripciones y Rodrigo, a pesar de la desaprobación de su familia, se casó finalmente con la sirvienta María. Estamos, pues, ante una historia de amor que acaba bien, al contrario que otras historias universales como la de los Amantes de Teruel. De hecho, hay quien defiende que si la de Graus se conoce menos que otras historias de amor es, precisamente, porque tiene final feliz.
¿De dónde viene la historia de los Amantes de Graus? Más allá de si se basa en una realidad igual o similar o si simplemente es una leyenda, la construcción narrativa parece responder a los clásicos románticos propios de los siglos XVIII o XIX. Hay algunas fuentes que la sitúan en el siglo XVI, más concretamente en 1525. Lo que nunca quedará del todo claro es si el germen proviene de la historia oral y si, por tanto, reproduce una historia real. Histórico sí es, al menos, el señor Rodrigo Mur y la casa donde se desarrolla.
Cuentan del padre de la historia, quizá para reforzar su papel de malvado frente al amor verdadero, que fue perseguido por la Inquisición por tráfico de caballos y que, para evitar los cargos y congraciarse con el Rey Felipe II, acabó traicionando al mismísimo Juan de Lanuza, el Justicia posteriormente ajusticiado, en el conflicto derivado de tener refugiado en Aragón al ex secretario del Rey Antonio Pérez. En alguna versión de la historia, de hecho, el padre ya no es testigo de la conclusión, pues habría muerto en el exilio. Esa muerte, asegura este relato, estuvo a punto de quebrar la férrea voluntad del joven Rodrigo. Pero, al final, triunfó el amor.
La versión de Andolz asegura que las inscripciones estaban en el comedor, tapadas con una cortinilla, y que fueron destapadas en pleno ágape nupcial. Y serían los siguientes propietarios de la casa, cuando la historia formaba ya parte de la tradición de la localidad, los que instalaron esas piedras en la fachada de la casa, donde todos pudieran verlas para recordar por siempre esta historia de amor que no acabó en tragedia.
El recuerdo ha llegado tan vivo hasta hoy que este año 2020 podría ser el primero en el que la historia/leyenda de Rodrigo y Marica se convierta en montaje escénico con recreación. En una nueva versión escrita por Miguel Clavería, ambientada en la Edad Media y en dialecto grausino, el relato amoroso de Graus alcanzará una nueva dimensión. ¿Será a partir de ahora mucho más conocida?
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