Esta expresión proverbial nació en Francia y procede de la persecución contra los hugonotes que culminó con la matanza de la noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572. Cuentan los cronistas que la reina Catalina de Médicis (1519-1589), esposa de Enrique II, rey de Francia, era muy desconfiada y persecutora implacable de los hugonotes.
Para poder escuchar mejor a las personas de las que más sospechaba, mandó practicar una red de taladros, hábilmente disimulados entre las molduras, en las paredes y techos del Palacio Real. Este sistema de espionaje dio origen a la frase las paredes oyen, a la que recurrimos para advertir la prudencia y precaución con que debemos decir lo que puede comprometernos o involucrar a otras personas.
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