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lunes, 14 de diciembre de 2020

EL VENTANAL DE LOS RECUERDOS : Porque tus hijos siempre recordaran los momentos en el pueblo. Autora : Paulina Fernandez Solorzano.



¿Recuerdas los veranos en el pueblo? ¿El característico aroma de la leña quemada? ¿Los chapuzones en el río? ¿Cuándo aprendiste a andar en bici sobre aquella BH antigua desde la que te caíste más de una vez? En el pueblo no hay rascacielos, ni se han establecido las grandes cadenas textiles, pero allí el tiempo pasa más despacio, se respira aire fresco, se disfruta de la calma, los vecinos se saludan...

Los pueblos son sitios en los que te sientes libre, donde desaparece el miedo a los extraños, el tránsito, donde los animales caminan sueltos y los ruidos se olvidan entre cánticos de pájaros. El pueblo en realidad no es un sitio, es un conjunto de sensaciones, paisajes, olores, gente y costumbres donde el vecino es parte de tu familia.

Un concepto de pueblo propio, sólo tuyo, tu sitio, donde acudir cuando necesitas respirar o simplemente sentirte cerca de tus orígenes. El pueblo es en realidad tu territorio del afecto, el lugar al que siempre quieres regresar.

El pueblo está rodeado de recuerdos, de los de antes, del pasado, de la infancia y de los que ya no están. Los colores del mantel de la abuela, el olor a hierba fresca, el pan recién hecho y el sonido de las nueces al caer maduras en el suelo. Flashes que se amontonan en la memoria mientras paseas por los rincones de la casa donde han nacido distintas generaciones y se asienta tu apellido.

Fiestas de verano en las que la gente se reúne entorno a la comida de casa, la que toca, la de siempre. La que hacía mi bisabuela y después mi abuela, mientras mi madre le ayudaba. Con familia, amigos y vecinos reunidos por un Santo o una Virgen por los que poco importa su devoción, pero si su tradición. Noches de verbena bajo las estrellas en la plaza o el parque del pueblo, junto a los niños corriendo libres entre los chopos o bailando en primera fila, los mayores en sus mesas comiendo churros y los jóvenes en la barra contando historias, batallas o echando el ojo a las mozas.

Los amaneceres al despertar del gallo, los desayunos con sopas de pan y leche recién ordeñada y las mañanas sentadas en el portal conversando entre tiestos de colores.

Paseos por el monte entre eucaliptos y baños en el río entre zapateros, juegos interminables hasta que una voz de casa grita tu nombre y creando un eco bien sonoro por el pueblo.

Horas muertas sobre la hierba cazando saltamontes mientras los mayores atropan el verde, esperando a cargar el carro y conducir junto a tu abuelo la yegua, allí, en lo más alto mientras saludas a caras conocidas al paso.

Vivir momentos de la infancia en el pueblo es algo que nunca se olvida. Los chapuzones en el río, las excursiones en bicicleta, las meriendas con los amigos, la familia unida al calor de la lumbre e incluso el primer amor. El pueblo simboliza la vuelta a lo auténtico, a la esencia, al ritmo pausado, a la felicidad... y en una sociedad tan acelerada tener un pueblo es un auténtico regalo.



Autora :  Paulina Fernandez Solorzano .

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