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sábado, 6 de abril de 2024

LOS SABADOS POESIA : AMOR Y ORGULLO. Autora : Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una escritora oriunda de Cuba, nacida en Camagüey el 23 de marzo de 1814 y fallecida en Madrid el 1 de


febrero de 1873. Permaneció en su país hasta la edad de 22 años, cuando partió con su familia hacia Europa. La primera parte de dicho viaje les permitió conocer Francia, y residieron en la ciudad de Burdeos durante un tiempo. Luego, se mudaron a España, país del cual provenían sus
Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una escritora oriunda de Cuba, nacida en Camagüey el 23 de marzo de 1814 y fallecida en Madrid el 1 de febrero de 1873. Permaneció en su país hasta la edad de 22 años, cuando partió con su familia hacia Europa. La primera parte de dicho viaje les permitió conocer Francia, y residieron en la ciudad de Burdeos durante un tiempo. Luego, se mudaron a España, país del cual provenían sus antepasados; vivieron en La Coruña y en Sevilla, donde la poetisa comenzó a publicar obras firmadas con el seudónimo La Peregrina, obteniendo una respuesta muy positiva.

Tiempo después se trasladó a Madrid, donde editó su primer libro, titulado "Poesías". Allí vivió una etapa muy difícil, de enredos amorosos, que la llevó a pensar que sus días como escritora habían acabado. Sin embargo, su mejor momento artístico estaba por llegar, y al poco tiempo recibió sus primeros premios y su fama comenzó a crecer.

Algunos de sus libros destacados, además del mencionado anteriormente, son "La baronesa de Joux", "El donativo del Diablo", "El artista barquero" y "El aura blanca". 



AMOR  Y  ORGULLO .

 

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;

y nobles vates, de mentidas diosas

prodigábanme nombres;

mas yo, altanera, con orgullo vano,

cual águila real a vil gusano,

contemplaba a los hombres.


Mi pensamiento -en temerario vuelo-

ardiente osaba demandar al cielo

objeto a mis amores,

y si a la tierra con desdén volvía

triste mirada, mi soberbia impía

marchitaba sus flores.


Tal vez por un momento caprichosa

entre ellas revolé, cual mariposa,

sin fijarme en ninguna;

pues de místico bien siempre anhelante,

clamaba en vano, como tierno infante

quiere abrazar la luna.


Hoy, despeñada de la excelsa cumbre

do osé mirar del sol la ardiente lumbre

que fascinó mis ojos,

cual hoja seca al raudo torbellino,

cedo al poder del áspero destino...

¡Me entrego a sus antojos!


Cobarde corazón, que el nudo estrecho

gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho

tu presunción altiva?

¿Qué mágico poder, en tal bajeza

trocando ya tu indómita fiereza,

de libertad te priva?


¡Mísero esclavo de tirano dueño,

tu gloria fue cual mentiroso sueño,

que con las sombras huye!

Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas

de necia vanidad, débiles plantas

que el aquilón destruye?


En hora infausta a mi feliz reposo,

¿no dijiste, soberbio y orgulloso:

-¿Quién domará mi brío?

¡Con mi solo poder haré, si quiero,

mudar de rumbo al céfiro ligero

y arder al mármol frío!


¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!

Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano

te advirtió tu locura!...

¡Tú mismo te forjaste la cadena,

que a servidumbre eterna te condena,

y a duelo y amargura!


Los lazos caprichosos que otros días

-por pasatiempo- a tu placer tejías,

fueron de seda y oro;

los que ahora rinden tu valor primero,

son eslabones de pesado acero,

templados con tu lloro.


¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado

de inmenso orgullo y presunción hinchado,

de víboras nutrido?

Tú -que anhelabas tan sublime objeto-

¿cómo al capricho de un mortal sujeto

te arrastras abatido?


¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,

que por flores tomé duros abrojos,

y por oro la arcilla?...

¡Del torpe engaño mis rivales ríen,

y mis amantes, ay, tal vez se engríen

del yugo que me humilla!


¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?

¿Y de tu servidumbre haciendo alarde

quieres ver en mi frente

el sello del amor que te devora?...

¡Ah! Velo, pues, y búrlese en buen hora

de mi baldón la gente.


¡Salga del pecho -requemando el labio-

el caro nombre de mi orgullo agravio,

de mi dolor sustento!...

¿Escrito no le ves en las estrellas

y en la luna apacible que con ellas

alumbra el firmamento?


¿No le oyes, de las auras al murmullo?

¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-

la tórtola amorosa?

¿No resuena en los árboles, que el viento

halaga con pausado movimiento

en esa selva hojosa?

De aquella fuente entre las claras linfas,

¿no le articulan invisibles ninfas

con eco lisonjero?...

¿Por qué callar el nombre que te inflama,

si aún el silencio tiene voz, que aclama

ese nombre que quiero?...


Nombre que un alma lleva por despojo;

nombre que excita con placer enojo,

y con ira ternura;

nombre más dulce que el primer cariño

de joven madre al inocente niño,

copia de su hermosura;


y más amargo que el adiós postrero

que al suelo damos, donde el sol primero

alumbró nuestra vida,

nombre que halaga y halagando mata;

nombre que hiere -como sierpe ingrata-

al pecho que le anida.


¡No, no lo envíes, corazón, al labio!

¡Guarda tu mengua con silencio sabio!

¡Guarda, guarda tu mengua!

¡Callad también vosotras, auras, fuente,

trémulas hojas, tórtola doliente,

como calla mi lengua!


Autora :  Gertrudis Gómez de Avellaneda.

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