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jueves, 6 de abril de 2023

ROMPER LA HORA EN EL BAJO ARAGON.




 ¿Qué es Romper la hora? La pregunta está justificada porque el nombre explica poco. En relación a esta tradición arraigada se saben pocas cosas con certeza. No está claro ni el origen ni la razón. Tan sólo se saben historias compartidas, relatos que parecen más bien legendarios sobre un acto que sorprende y emociona. Un momento para vivir en familia o con amigos, en los que la solemnidad y uniformidad de la Semana Santa de la Ruta del Tambor y Bombo se relaja. La religiosidad más pura no desaparece del todo, pero parece quedarse a un lado para dar prevalencia a la afición por el instrumento y a la convivencia como pueblo. Y como el protagonismo lo reclaman el tambor y el bombo, la consecuencia no puede ser otra que el estruendo. Un ruido rítmico… Profundo por ser sentido… Un momento intenso de pura pasión.

Oirán o leerán que es la expresión máxima de la tradición del tambor y bombo. Que responde precisamente a la forma desordenada y en común en la que se tocaban calderos y cacharros en unos inicios fechados siglos atrás. Dicen que es un símbolo, una alegoría o metáfora de ese trueno que se oyó sobre el monte Calavera cuando Cristo expiró. O que es el sonido del dolor, el que anuncia la muerte próxima…

Lo único considerado cierto es que es uno de los actos fundamentales en la mayor parte de las nueve localidades que conforman la Ruta del Tambor y Bombo del Bajo Aragón turolense. Sólo Alcañiz no incluye las palabras “Romper la hora” en su programación. Se celebra en las otras ocho, formando parte de su forma de entender la Semana Santa. En siete de ellas en la medianoche del Jueves Santo. Calanda lo hace en el mediodía del viernes.

Así que esa hora que se rompe es o bruja u hora máxima. El momento central del día o el centro de la noche. En el pensamiento mágico tradicional, el apogeo de la oscuridad y el epigeo de la luz. Sin duda, quiénes algún día comenzaron a hacer sonar sus tambores y bombos al unísono, otorgaron algún sentido al momento escogido.

 Se llama “Romper la hora” y, realmente, atiende a una hora concreta. Pero lo que se rompe, más que la hora, es el silencio. Para ello se avienen la mayoría de los tambores y bombos que hay en cada municipio. Es uno de esos momentos que no se dejan pasar. Aunque sólo sea para colaborar al sonar las doce, el instante en el que comienzan a tocar los instrumentos al unísono.

Para romper la hora, los tambores y bombos que desfilan en la procesiones de la Semana Santa de la Ruta salen de las filas. Se despojan de los abalorios propios de la solemnidad, esos que los distinguen en cofradías. Desaparece del uniforme el tercerol, como si así se rebajara la formalidad procesional. Y se reúnen en las plazas mezclados en un todo. Pintan con el color de su Semana Santa los espacios centrales de la localidad. Morado en Calanda y Alcorisa. Negro en Híjar, Andorra, La Puebla de Híjar, Samper de Calanda y Albalate del Arzobispo.

¿Qué es lo que atrae tanto del acto de Romper la hora? Pues sin duda el estruendo que estalla justo cuando llega el momento de tocar. La señal llega del reloj de la plaza, de un movimiento de la vara de mando del alcalde o alcaldesa, del sonido de una corneta o de cómo baja un pañuelo… Un gesto que acaba con la tensión acumulada durante unos minutos de espera que parecen eternos. La reacción es inmediata, aunque ordenada. Suena fuerte y causa sensación, pero no es ruido. Es ritmo. Ritmo del tambor y el bombo que se traduce en toques diferentes en los municipios de la Ruta, pero que provocan la misma emoción.

Las plazas en las que se rompe la hora se convierten en un órgano vivo que se mueve o retumba. No sólo se sienten los redobles o los bombazos, sino también los latidos de los corazones, el pulso acelerado… La emoción se transmite, embarga… Se vislumbra en las caras de los que tocan. Unos lo hacen con la mirada perdida o la dirigen al cielo, acordándose de los que ya no están. A otros se le humedecen los ojos. Y hay quien entra en una especie de trance, dejándose llevar por el ritmo, olvidándose de todo lo que hay alrededor. En medio del estruendo muchos han fijado para siempre las imágenes de los nudillos rotos por la pasión, las gotas de sudor que provoca el esfuerzo, el temblor de la emoción…

Alrededor de los que tocan están los que miran. Y también viven su particular torbellino de emociones. Los nuevos incluso se estremecen más que los que ya conocen lo que va a ocurrir o han vivido lo que está ocurriendo. Lo que está claro es que es una experiencia que marca a todos los visitantes. Por eso estos actos se convierten en experiencias multitudinarias.

Pero el toque común, la explosión del sonido de la medianoche o el mediodía, es sólo el principio. Se inician horas o incluso jornadas de toques continuados del tambor y el bombo. Las cuadrillas se van trasladando desde las plazas a las calles. Se ronda cambiando de toques y parando en bares y bodegas para tomar un tentempié bajo un espíritu de camaradería. Es tiempo de mostrar la habilidad con los palillos y la maza, de disfrutar de los toques más complicados en cuadrilla… Es todo un espectáculo para todos en las calles que sólo paran las procesiones y que, en casos como La Puebla de Híjar o Samper de Calanda, no cesan hasta el final de la tarde del sábado. De hecho, el cese de los toques es también un acto en sí mismo en algunas poblaciones. En Alcañiz no hay Romper la hora, pero si una Noche de tambores, la del Viernes la Sábado Santo, que lleva a las cuadrillas a la calle.

Pero, sobre todo, no hay que olvidar que el acto de romper la hora es uno más en un conjunto. De hecho, los toques de las cuadrillas se mezclan con la antiquísima procesión de los Rosarieros en Híjar o la de las antorchas de Andorra, ambas en la madrugada del jueves al viernes. Y también coincide con la procesión del pregón, que en la mayoría de las localidades reúne a los tamborileros como un único colectivo, más allá de cofradías. Porque en la Ruta del Bajo Aragón turolense el tambor es, sobre todo, un profundo sentir comun .


AUTOR :  Identidad Aragonesa.

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