No es difícil hacer versos con las palabras: esfuerzo-sudor, frío-calor, espigas-sol, gavillas-hoz, pobreza-dolor, plegaria-bendición, San Isidro-labrador.
Porque la fiesta que hoy se celebra, es la de un patrón que tiene mucho que ver con otra profesión cuya dureza de antaño parece olvidarse. Que les pregunten a nuestros padres y abuelos, todos niños yunteros, por esa vida que llevaron en el campo, sobre todo en los montes, con lo más rudimentario que se podía tener.
Sabemos que es la tierra, la madre tierra, la que nos da de comer, pero alguien ha de cultivarla. Y ese “alguien” son ellos, los sufridos labradores (algunos, ya, desde un cielo al que tanto miraron pidiendo lluvia). Hoy, y siempre, los queremos honrar como merecen.
Y no habrá palabras mejores para ensalzarlos que los versos del poeta Miguel Hernández; ¡los describe como nadie!
EL NIÑO YUNTERO
Carne de yugo, ha nacido
Más humillado que bello,
Con el cuello perseguido
Por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta
A los golpes destinado,
De una tierra descontenta
Y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
De vacas, trae a la vida
Un alma color de olivo
Vieja y ya encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
A morir de punta a punta,
Levantando la corteza
De su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
La vida como una guerra,
Y a dar fatigosamente
En los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe
Y ya sabe que el sudor
Es una corona grave
De sal para el labrador.
Trabaja y mientras trabaja
Masculinamente serio,
Se unge de lluvia y se alhaja
De carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
Y a fuerza de sol, bruñido,
Con una ambición de muerte
Despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
Más raíz, menos criatura,
Que escucha bajo sus pies
La voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
En la tierra lentamente,
Para que la tierra inunde
De paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
Como una grandiosa espina,
Y su vivir ceniciento
Revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
Y devorar un mendrugo,
Y declarar con los ojos
Que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
Y su vida en la garganta
Y sufro viendo el barbecho
Tan grande bajo su planta.
Quién salvará a ese chiquillo
Menor que un grano de avena?
De dónde saldrá el martillo
Verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
De los hombres jornaleros,
Que antes de ser hombres son
Y han sido niños yunteros.
¡Felicidades a nuestros labradores y labradoras! ¡Que San Isidro nos bendiga, y proteja sus cosechas!
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