Entre las «grandezas» de este León mesopotámico entre el Bernesga y el Torío consta haber sido penal de ilustres figuras de las letras y de la alta nobleza durante la primera mitad del siglo XVII. Pero, curiosamente, cada uno de ellos recluido en lugares distintos de la ciudad: Francisco de Quevedo en el convento de San Marcos, de la Orden de Santiago, por ser caballero de la misma; Juan Adam de la Parra, Inquisidor Oficial de la Corte, en la Real Basílica de San Isidoro; y el conde de Villalonga, Pedro Franqueza, y el duque de Hijar, Rodrigo de Silva, ambos en el castillo o Torres de León.
Ahí estuvo confinado Pedro Franqueza y Esteve (Igualada 1547 – León 1614) por falsedad, fraude y cohecho de tal envergadura que deja enclenque al ex-duque de Palma y a otros corruptos del momento. Durante cinco años sufrió cadena perpetua en León hasta su muerte. Fue enterrado en el convento de San Claudio y su cuerpo exhumado y trasladado a la iglesia de los Santos Justo y Pastor en Alcalá de Henares.
Actualmente hay una exposición en el Archivo Histórico Provincial de León donde destaca la documentación de Rodrigo de Silva, Sarmiento y Villandrando (Madrid 1600 – León 1664), conde de Salinas, de Rivadeo, Marqués de Alenquer. Era hijo de Diego de Silva, presidente del Consejo de Portugal, y nieto de Rodrigo de Silva y de la princesa de Éboli. Casó en 1622 con Isabel Margarita Fernández, IV duquesa de Híjar, lo que le otorgó la potestad del título. Poco es lo que se conoce de su infancia. Sufrió un primer destierro de la Corte en Villarrubia de los Ojos (Teruel) en 1631 por un desafío entre él y el duque de Infantado en el galanteo a doña Inés de Mendoza, una dama de la reina.
Como principal noble de Aragón, Híjar se creía con un derecho natural a alguno de los puestos más importantes del país, pero su enemistad con el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, frenó el empeño de ocupar algún cargo del aparato del estado. A finales de 1630, Híjar se había sumado a un grupo de nobles en franca oposición al valido. La caída de éste, en 1643, abrió nuevas posibilidades a Híjar tras tantos años esperando esta oportunidad. Pero el rey designó como nuevo valido al sobrino de Olivares, Luis Méndez de Haro, con el que Híjar no simpatizó en absoluto y contra el que conspiró activamente con otros nobles descontentos. Felipe IV mandó prender a todo el grupo en la primavera de 1644 y poner a los integrantes en arresto domiciliario, lo que significó el segundo destierro de Híjar a Villarrubia.
Fallecido Haro en 1661, la suerte del desterrado no cambió un ápice. Acusado de alta traición por formar parte de una conspiración para entronizarlo como rey de Aragón, Híjar ingresó en la cárcel de la Corte, donde fue sometido a tortura por el procedimiento de la mancuerda. Pese a los terribles sufrimientos, negó una y otra vez su implicación en la trama. Una vez recuperado, fue llevado al castillo de León donde pasaría el resto de su vida desde 1648 hasta su muerte el 2 de enero de 1664.
No se sabe con exactitud dónde fueron a parar sus restos. Hay testimonio documental del traslado de los de su padre (†1630) y de su esposa (†1642) al panteón de los Salinas, por ostentar este título la familia paterna de Rodrigo, en el hoy absolutamente demolido monasterio de Benevivere (Carrión de los Condes).
Rodrigo fue rehabilitado ‘post mortem’ durante la regencia de la reina Mariana de Austria al considerarse que el riguroso proceso judicial al que había sido sometido era «injusto, nulo, atentado y violento».
Autor : José Luis Gavilanes Laso .
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