Actualmente el edificio esta totalmente en ruinas, pero queremos fijarnos en la labor que realizaban estos personajes en el pasado.
Se llamaba santero o demanda a la persona que pide limosna en nombre de un santo, de quien anuncia sus virtudes, y cuida y mantiene la ermita.
En el siglo XVIII en España proliferaron los santeros, que por lo regular vestían traje frailuno, con barbas postizas, su capuchón y en una mano el báculo, llevando en la otra la demanda con la imagen de algún santo milagroso.
Con semejante disfraz andaban por las calles y plazas . Un tropel se santeros corría de pueblo en pueblo, aparentando penitencia y mortificación . Tomaban de todo cuanto les daban los devotos y devotas, variando la colectación según las diferentes producciones y usos de cada provincia, según las estaciones del año y la especie de patrocinio que prometían .
En el siglo XIX, tras la revolución francesa los santeros se refugiaron en las iglesias cerca de las cuales de les podía ver. En las puertas de las mismas pedían para el tutelar.
Los santeros tendían a profesar una adoración supersticiosa a las imágenes de sus santos y a exagerar e inventar sus milagros con una finalidad recaudatoria. Prometían a cada uno lo que más deseaba y por lo que se mostraba inquieto, para lo cual procuraban tomar noticias exactas anticipadamente. Estas promesas, apoyadas en ejemplos milagrosos, llevaban siempre la condición implícita de que los agraciados no fueran escasos en la limosna que por este medio recogían antes a manos llenas.
Cada demanda o santero orientaba sus promesas y milagros a la protección ofrecida por su santo:
La demanda de San Antonio Abad distribuía campanillas de metal, que servían para preservar a todos los animales de distintas enfermedades.
El que pedía para San Blas, a cuya protección se acogen los que padecen males de garganta, repartía cordones de seda que han estado al cuello de la imagen del santo, talismán que buscaban con ansia las personas propensas a padecer en esa parte de su cuerpo.
El santero de San Braulio, repartia estampas del santo, y recorria las calles de Hijar y de la comarca, para recaudar fondos para su ermita. Se cuenta que viajaba mucho a Lecera, pues eran muy generosos con él.
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