La verdad es que siempre pensaba que cómo podían acudir a tantos lugares en una sola noche. Pero, claro, ¡eran magos!
Yo tenía seis años y mi hermana tres. Les habíamos pedido una muñeca, una cartera para el cole y una caja de pinturas Alpino. ¡Quizá demasiado!
Nos fuimos a la cama muy nerviosas. Intentábamos domir, una y otra vez. De pronto, el trote de los camellos se escuchó tan claro, que no había lugar a dudas, ¡eran ellos! ¡Hay que cerrar los ojos!
No sé qué pudo pasarme pero, cuando los volví a abrir, a los pies de la cama de nuestra habitación, había dos sillas cubiertas con una sábana inmaculada. Encima, las deseadas muñecas vestidas de fiesta, las carteras, las pinturas, y dos cajitas de peladillas. ¡El maíz había desaparecido, y el agua también!
Ahora, que ya tengo edad de nietos, lo recuerdo con absoluta nitidez. Y agradeceré de por vida a mis padres (que sonríen desde el cielo), el esfuerzo que hacían por conseguir, año tras año, a pesar de sus grandes dificultades, que nuestras cartas llegaran a su destino, para que se cumpliera la mejor y mayor ilusión de aquella infancia, en la que todo escaseaba. Por eso, no me cansaré de repetir: ¡Dejemos soñar a los niños! Es algo que recordarán toda la vida.
¡Suerte a todos para el día seis!
Autora : Teresa Rubira Lorén
Prima, tus recuerdos de hoy, son un fiel reflejo, de nuestros tiempos pasados, en casi todas casas pasaba los mismo, apuraban nuestros padres solo, para ver alegres un momento a sus hijos
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