Hace
ya algunos años, desde que quedaron atrás hijos con exámenes, oposiciones y
convocatorias, tengo la suerte de disfrutar de veranos tan largos como los de
mi infancia, aquellos veranos que comenzaban a mediados de junio y se antojaban
inacabables, porque, en la imaginación infantil septiembre era un puntito
perdido en la distancia.
Ahora han vuelto. En cuanto el calor arremete en la ciudad – ese calor más propio de bichos termófilos que de personas, que se estanca en el aire y en el suelo y penetra en las cosas y las gentes dejándolo todo a punto de ignición-, en cuanto Zaragoza se convierte en un pozo ardiente y reseco, hacemos las maletas y huimos en busca de las noches campesinas tan frescas y la buena sombra de los árboles húmedos.
Si la palabra “vacaciones” la interpretamos como sinónimo de “no hacer nada”, yo no tengo vacaciones. Porque cuando vengo aquí cargo con mi vieja máquina de escribir al encuentro de mi no menos viejo Salvat donde suelo encontrar palabras hermosas y justas. Con todo esto y una buena provisión de libros, -entre los que siempre llevo versos- además de algunos manoseados y usados a fuerza de releídos, corro a instalarme en algún lugar tranquilo de este Campillo milenario, bajo estos montes áridos, grises y solitarios, allí donde el día parece durar doble y las noches son perfumadas y oscuras.
Y, les juro a ustedes, que allí, al medio anochecer, en la penumbra de la media luna, entre los árboles que se agitan produciendo susurros, el ladrido de algún perro perdido, cantos de pájaros y largos silencios del teléfono, se respira lo más parecido a la felicidad. Y es que, respirar este aire significa la infancia recobrada.
Desde mi ventana, entre follajes verdes, circundado por ya muy escasos cipreses, aún se yergue enhiesto el frontispicio, único resto del antiguo Convento de Capuchinos. Se recorta el campanario, huérfano de campana, entre azules celestes y, cuando se pone el sol, lo baña de una claridad dorada que más parece fragmento del cuadro de un pintor barroco que vieja ruina. Estos últimos días una cigüeña nómada ha pasado dos tardes en su piedra más alta, apoyada en sus largas patas, estirada, oteando el horizonte, allí, suspendida, como un milagro.
Y es que aquí, en esta tierra, es este suelo, todo se me antoja digno de ser celebrado. La brisa que acaricia las hojas, el saludo de mi vecino Manuel, el olor a pan caliente aun cuando lo traen, la sombra de los árboles, el brillo de las estrellas, el paseo por la curvada carretera, el sabor de un buen jamón, la lagartija verde o rosada que se esconde entre las piedras, el vuelo corto de la tórtola, el crujido de las páginas del periódico, la tormenta que estalla de repente, la salida del sol, la flor que nació allí donde ayer sólo había hierba y hasta el ruido chispeante de los huevos friéndose en la sartén, me parecen acontecimientos propios de una vida de dioses que no de humanos condenados a la prisa, el desorden, al mal humor, la pena, el miedo, la violencia. . .
Con un vaso de vino tinto y oscuro como el que cosecha mi amigo Manuel, brindo por el verano, por el de ustedes y por el mío, por este en el que estamos y otros que vendrán, por todos los veranos hermosos del mundo. Y por Híjar, este querido pueblo, extraño resto de mi paraíso infantil.
Ahora han vuelto. En cuanto el calor arremete en la ciudad – ese calor más propio de bichos termófilos que de personas, que se estanca en el aire y en el suelo y penetra en las cosas y las gentes dejándolo todo a punto de ignición-, en cuanto Zaragoza se convierte en un pozo ardiente y reseco, hacemos las maletas y huimos en busca de las noches campesinas tan frescas y la buena sombra de los árboles húmedos.
Si la palabra “vacaciones” la interpretamos como sinónimo de “no hacer nada”, yo no tengo vacaciones. Porque cuando vengo aquí cargo con mi vieja máquina de escribir al encuentro de mi no menos viejo Salvat donde suelo encontrar palabras hermosas y justas. Con todo esto y una buena provisión de libros, -entre los que siempre llevo versos- además de algunos manoseados y usados a fuerza de releídos, corro a instalarme en algún lugar tranquilo de este Campillo milenario, bajo estos montes áridos, grises y solitarios, allí donde el día parece durar doble y las noches son perfumadas y oscuras.
Y, les juro a ustedes, que allí, al medio anochecer, en la penumbra de la media luna, entre los árboles que se agitan produciendo susurros, el ladrido de algún perro perdido, cantos de pájaros y largos silencios del teléfono, se respira lo más parecido a la felicidad. Y es que, respirar este aire significa la infancia recobrada.
Desde mi ventana, entre follajes verdes, circundado por ya muy escasos cipreses, aún se yergue enhiesto el frontispicio, único resto del antiguo Convento de Capuchinos. Se recorta el campanario, huérfano de campana, entre azules celestes y, cuando se pone el sol, lo baña de una claridad dorada que más parece fragmento del cuadro de un pintor barroco que vieja ruina. Estos últimos días una cigüeña nómada ha pasado dos tardes en su piedra más alta, apoyada en sus largas patas, estirada, oteando el horizonte, allí, suspendida, como un milagro.
Y es que aquí, en esta tierra, es este suelo, todo se me antoja digno de ser celebrado. La brisa que acaricia las hojas, el saludo de mi vecino Manuel, el olor a pan caliente aun cuando lo traen, la sombra de los árboles, el brillo de las estrellas, el paseo por la curvada carretera, el sabor de un buen jamón, la lagartija verde o rosada que se esconde entre las piedras, el vuelo corto de la tórtola, el crujido de las páginas del periódico, la tormenta que estalla de repente, la salida del sol, la flor que nació allí donde ayer sólo había hierba y hasta el ruido chispeante de los huevos friéndose en la sartén, me parecen acontecimientos propios de una vida de dioses que no de humanos condenados a la prisa, el desorden, al mal humor, la pena, el miedo, la violencia. . .
Con un vaso de vino tinto y oscuro como el que cosecha mi amigo Manuel, brindo por el verano, por el de ustedes y por el mío, por este en el que estamos y otros que vendrán, por todos los veranos hermosos del mundo. Y por Híjar, este querido pueblo, extraño resto de mi paraíso infantil.
Me ha parecido un artículo precioso. La sensibilidad de Maruja llena de belleza el texto y los recuerdos que evoca, no sólo viven en ella, sino en los que vivimos nuestra infancia en la misma época que comenta. Esos veranos de los años cuarenta, con nuestros baños en el pocico de los estudiantes, las excursiones a las huertas de los riberos a llenarnos los bolsillos de albergues verdes, ácidos, amargos que comíamos con delectación y que aún ahora mantienen en nosotros el recuerdo de su sabor permanente, y nuestras luchas con cañas por las ruinas del palacio ducal, y tantos recuerdos felices, en tiempos de escasez y de penurias, que se me han despertado al leer el bello texto de Maruja, a la que le doy las gracias más sinceras y cariñosas.
ResponderEliminarUn texto precioso Maruja , que tengas muchos años para continuar disfrutándolo ..Y tí mi querido Ramón , siempre tan caballero . Un abrazo a todos desde mi Pineta . Loli
ResponderEliminarUn texto precioso Maruja , que tengas muchos años para continuar disfrutándolo ..Y tí mi querido Ramón , siempre tan caballero . Un abrazo a todos desde mi Pineta . Loli
ResponderEliminarPoco que añadir a las palabras (que comparto) de Ramón. El artículo habla por sí solo, y la figura destacada de Maruja, también. Gracias por regalarnos estas vivencias. Un abrazo.
ResponderEliminarMaravilloso mis sentimientos compartidos con representación fidedigna. Yo hace unos pocos años deje la independiente Cataluña para vivir este paraíso de gentes, sentimientos y sensaciones con una enfermedad cuasi definitiva y ya van cinco años de vida extra que Cataluña quería arrebatarme y que mi Hijar me ha dado con una salud totalmente transformada y fortificada, mis médicos no pueden creer la mejora en mi salud y de hecho yo me acuesto tarde pensando en madrugar, pronto a buscar el pan , luego al huerto, charrada va y charrada viene en el camino, la comida, la siesta, el café, la partida, charra da va charrada viene... y en fin disfrutar de nuevo de la salud que Cataluñae qui to e Hijar me devolvió. Y lo mejor que estoy de nuevo con mis amigos de hace más de setenta años nos hizo coincidir por el río los campos y el inicio de la vida y aunque parezca mentira disfrutamos tanto o más que hace 70 años. Recomiendo Hijar con prospecto medicinal. Y recuerdo a los que se han ido que los mantengo con vida por que los recuerdos vida es. Gracias Hijar. Por esperarme tanto tiempo y permitirme estar contigo.
ResponderEliminarGracias Maruja, Ramon por expresar con tanta sensibilidad sentimientos que muchos hemos experimentado tantas veces en esas
ResponderEliminarencantadas noches en que dando un paseo nocturno o simplemente esperando que el agua llegase a nuestra parcela resequida por el bravo calor veraniego para poder regarla a la incomparable y romantica luz de una luna llena .
Gracias Maruja que podamos seguir muchos años contando con tu grata compañia por nuestros maravillosos Campillos.
Recuerdo yo también, los días pasados en los Campillos, recogiendo con mi padre, habas, tomates, panizo, olivas...y cada una de las enormes riquezas que nos da la tierra. Brindo también como Maruja, con una copa de vino, por ella, por ayudarnos con su relato a recordar esas pequeñas cosas que nos han hecho ser las personas que ahora somos.
ResponderEliminarGracias por transmitir tanta paz con las palabras.
Yo por la suerte que, me ha acompañado toda mi vida, puedo desenmascarar vuestros sentimiento, hacia nuestro pueblo Hijar.
ResponderEliminarJamás he salido de este nuestro pueblo, solamente cuando el sorteo de la mili, me llevo a Melilla.
Recordaba cada rincón, cada calle, cada curva de la carretera, que en muchas ocasiones, desde Melilla, me hacían retornar a Hijar.
He tenido la suerte de no abandonar a mi pueblo en ninguna otra ocasión, por todo ello me siento muy afortunado.
Maruja, es admirable la habilidad que tienes para conseguir que este texto, como todos los que tú escribes, sea tan expresivo y tan evocador de gratos recuerdos. No necesitas muchas palabras para describir perfectamente tus sentimientos.
ResponderEliminarYa has podido comprobar que todos los que te hemos dedicado comentarios coincidimos en que, nada más comenzar a leer tu artículo, ya nos “hemos sumergido” en la nostalgia de aquellos veranos de nuestra infancia en Híjar, tan agradables y tan felices.
Gracias por hacernos revivir aquellos momentos, y por recordarnos que casi siempre lo mejor de la vida suele ser lo más sencillo.
Muchas gracias Maruja. Me he emocionado. Has relatado perfectamente lo que yo siento en estos tranquilos y bellos días de verano que yo paralizaría y dejaría eternamente así.
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