domingo, 16 de septiembre de 2018

UNA TARDE EN KATMANDÚ. Autor : Enrique Garralaga Robres.



Una tarde en Katmandú, después de comer, fuimos a ver dos ciudades muy cercanas, llamadas Patan y Bhaktapur, que anteriormente habían sido capitales del Reino de Nepal, y que contienen muchos edificios monumentales.


Foto 1: Plaza Durbar (Plaza Real) de Patan, antigua capital de los reyes de Nepal.

Sus monumentos son de un estilo parecido, aunque más antiguos, y quizá aún más espectaculares que los de Katmandú.




                                 Foto 2: Palacio y Templo de Patan



Fotos 3 y 4: Estas ciudades contienen muchísimos Templos hinduistas.


Foto 5: Los ángeles están presentes en todas las principales religiones monoteístas: en las diversas confesiones cristianas, en las islámicas, en las budistas, etc. Aquí vemos una curiosa representación escultórica de un ángel hindú.



Foto 6: Plaza Durbar (Plaza Real) en Bhaktapur. El pequeño edificio rojo de la izquierda es la entrada a un Templo dedicado a la Diosa Cobra



Foto 7: Una de las muchas esculturas de bronce o de piedra que representan a la Diosa Cobra, en el patio interior del templo de la foto 6. 
Después de ver Patan y Bhaktapur, ciudades que sin ninguna duda es obligado visitar, nos indican que el siguiente “plato fuerte” para los turistas es el Templo Pashupatinath y sus ceremonias fúnebres, en las afueras de Katmandú.

Son sagradas las aguas del Ganges y de todos sus afluentes. Entre ellos se cuenta el pequeño río que pasa por Katmandú, el Bagmati. Los hindúes se aseguran la inmortalidad si se queman sus cadáveres a orillas de algún río sagrado, y a continuación, sus cenizas son arrojadas a ese río.




Foto 8: El río Bagamati en Katmandú. A los occidentales nos resulta casi increíble que la condición de “río sagrado” sea compatible con que se puedan verter en él toda clase de basuras y desperdicios. Pero así es.
Las dos ciudades más famosas para contemplar los rituales funerarios de los hindúes son Varanasi (que en castellano recibe el nombre de Benarés; es una ciudad santa situada en la India) y Katmandú, en Nepal.
Por Benarés pasa directamente el Ganges. Se trata de un río que es ciertamente majestuoso, pero enormemente ancho. Como a los extranjeros no les está permitido acercarse al templo ni a los funerales, no se pueden ver éstos muy de cerca. Sin embargo, el Bagmati es un río con un caudal similar al del río Martín de Híjar, por lo que en Katmandú, desde unos escalones de piedra sillar que hay en la orilla opuesta, los extranjeros podemos ver, curiosear y fotografiar a placer estos ritos funerarios.


Foto 9: El Templo Pashupatinath, visto desde la orilla opuesta del río Bagmati.


Los funerales hindúes comienzan con ciertas ceremonias que tiene lugar dentro del Templo. Los extranjeros no podemos entrar, pero sé que entre otras rituales, en su interior se rocían los cadáveres con aguas cogidas del río Bagmati. Después los sacan y los depositan en las escaleras que hay en la bajada del Templo, a orillas del río sagrado. Deben estar allí al menos 48 horas antes de su incineración. Supongo que habrá alguna justificación de tipo religioso para proceder así, pero está claro que también debe haber una razón práctica evidente: evitar que se quemen personas que aún puedan estar vivas.





Foto10: Cadáveres depositados a los pies del Templo Pashupatinath, en las escaleras que dan al río sagrado Bagmati. La foto se ve un poco nublada por el humo que sale de las hogueras funerarias contiguas, que están a la izquierda de la foto.
Durante las 48 horas en que están los difuntos expuestos en las escaleras del Templo, sus familiares deben permanecer allí, haciendo guardia y velando sus cadáveres. Pasado este tiempo se arrojan ramos de flores al río sagrado. Después llevan al difunto entre todos a una de las muchas plataformas de piedra que vemos en la foto siguiente, y el padrino de la ceremonia, que suele ser el hijo mayor, enciende la pira.





Foto 11: Plataformas para incinerar a los muertos en la orilla del Bagmati.

Mientras se va quemando el cadáver, sus familiares rezan, y a veces dan vueltas a su alrededor. Nos comentan que, por razones religiosas y por tradición, lo ideal es que la madera con la que se incinera a los difuntos sea de sándalo, que es aromática; pero hoy en día resulta ser muy cara. No obstante, es suficiente con que haya únicamente un pequeño trozo de madera de sándalo en la hoguera. El resto suele ser leña común.





Foto 12: Incinerando un cadáver.

Cuando ha terminado la incineración, el padrino coge una gruesa y larga caña de bambú, y dando con ella unas cuantas pasadas rasantes al suelo, “barre” la plataforma, tirando todas las cenizas y brasas humeantes directamente al río.
Tras la ceremonia fúnebre, el padrino se sumerge en el Bagmati, para purificarse. Con el máximo respeto a los ritos funerarios hindúes, no puedo evitar, y quizá ustedes tampoco, sentir escalofríos pensando en el padrino, que se baña en un río excesivamente contaminado por la basura, por los ramos de flores marchitas, por las cenizas, por trozos de madera mal quemada, y a veces incluso por algunos restos humanos mal incinerados.





Foto 13: El río Bagmati, enormemente contaminado.

A lo largo de los escalones que hay en la orilla del río en la que nos encontramos, circulan libremente muchos monos, que son animales sagrados, a los que no se puede maltratar. Nos recomiendan que no les enseñemos ni les demos nada de comida, pues tienen muy mal carácter y pueden llegar a morder si se les niega algo.





Foto 14: Monos del Templo Pashupatinath, en la orilla del Bagmati.

Cuando ya nos disponíamos a volver, se nos acercó una mujer, vestida con el atuendo típico nepalí. Tendría, supongo, entre 30 y 40 años. Nos preguntó que si alguno de nosotros hablaba francés. Yo era, de todos los presentes, el único que conocía ese idioma, por lo que fuimos caminando y hablando juntos hasta llegar a nuestro autobús, que nos esperaba aparcado a casi 2 km. de distancia.
Enseguida me di cuenta de que era una mujer muy inteligente. Le comenté, extrañado, que me parecía sorprendente que hablara francés tan bien. Ella me dijo que lo había aprendido, siendo niña, de una vecina suya, francesa. Para no olvidarlo, le gustaba practicar este idioma con los extranjeros. Pero un momento después me dejó literalmente “clavado en el suelo”, cuando volviéndose hacia el río, y señalando con el dedo las piras funerarias humeantes, me dijo, esta vez en perfecto castellano, y casi sin acento extranjero: “Por ahí hemos de pasar todos”.





Foto 15

Dándose cuenta de mi sorpresa, me explicó que su profesión era vender flores para las ceremonias fúnebres. Aquella tarde volvía contenta a casa porque era pronto y ya había vendido toda su mercancía. Como frecuentaba mucho a turistas extranjeros, conocía frases hechas de casi todos los idiomas europeos, aunque el único que dominaba con fluidez era el francés.

Continuamos hablando de nuestras circunstancias personales. Ella tenía 4 hijos, dos de ellos adolescentes, que ya trabajaban. Con sus pequeños salarios, el de su marido y el dinero que ganaba ella, salían adelante perfectamente. Entre estas y otras cosas, llegamos al autobús y nos despedimos. Se me había hecho corto el trayecto.
Ya en el autobús, de vuelta al hotel,  pensé que habíamos estado manteniendo una agradable conversación dos personas de diferente raza, sexo, edad, nacionalidad, lengua materna, religión, profesión, costumbres, educación, estudios (ella, casi ninguno), etc… y sobre todo, habíamos crecido en ambientes económicos y culturales radicalmente distintos. En otras palabras, que es difícil encontrar una pareja de personas que tuvieran menos en común que nosotros dos.

Pero por muy extrañas que nos parezcan las apariencias, las costumbres, o las ideas de otras gentes, si se puede superar la barrera que supone el idioma para la comunicación entre las personas, descubrimos que en el fondo, los humanos somos mucho más parecidos y tenemos mucho más en común de lo que pudiera imaginarse en un principio.

Jóvenes que quizá leáis estas líneas, me permito sugeriros que aprendáis, al menos, algún idioma extranjero. Es duro y se necesita mucho tiempo, pero a la larga es gratificante. Cuando se aprende un idioma extranjero, no sólo tenemos la ventaja de poder comunicarnos con otras personas. Se nos abre también una nueva “ventana” a una cultura diferente, a ideas y modos de ver las cosas, antes insospechadas. Compensa mucho, tanto en lo personal como en lo profesional.

Y no os olvidéis de viajar. Podréis disfrutar, podréis aprender muchas cosas y también daros la satisfacción de ir cogiendo soltura en el idioma extranjero.


Autor :  Enrique Garralaga  Robres.

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